Opinión

Federalismo lingüístico

He escrito en alguna parte que la lengua propia es aquella que cada individuo emplea cuando hace el amor. Y en algún otro lugar he dejado dicho que el territorio real de una cultura es el espacio que ocupa su idioma. Hoy, después de ver que todas las lenguas españolas han ganado el ámbito debido en el Congreso de los Diputados, me atrevo a decir que la transición del franquismo a la democracia ha llegado a su punto final. Y añadiré más: hemos abierto una puerta importante para que avance la España federal con el concierto de los territorios que componen la geografía de nuestras vidas y las de quienes nos sucedan en paz. La falsa España “una, grande y libre”, añorada por esos individuos que renuncian al pinganillo y teatralizan su intransigencia entrando y saliendo del hemiciclo, el martes 19 de septiembre y ayer, ha sufrido un giro trascendental para que gocemos de la España “plural y culturalmente diversa” en que se configura nuestra realidad presente. Sin embargo sorprende el posicionamiento del PP, que ha vuelto a quedarse anclado en la nostalgia casposa y reaccionaria. Ir contra la pluralidad social es un mal ejercicio político.

Los padres de la Constitución pasaron sobre la realidad lingüística como gatos por un brasero. No fue solo una cuestión de mentalidad centralista sino de temor a la diversidad y se sacudieron la cuestión con dos líneas en el Título Preliminar, artículo 3º punto 3. Después, gracias a la inercia y al impulso de los Parlamentos Autonómicos, las lenguas cooficiales y sus culturas han suplido el vacío constitucional. Una situación considerada “periférica”, de segundo nivel, por los poderes fácticos y mediáticos centralistas. Un mal menor al que aplacar con paños calientes en los ámbitos de las disputas económicas, acceso a las infraestructuras o intercambio de cromos según soplen los vientos. Sin embargo la cuestión lingüística y sus culturas se mantuvieron en el papel de bella durmiente a la espera del beso salvador. Los tiempos son llegados pero aún queda mucha pedagogía por ejercer.

Ahora mismo hay una parte de España mirando sorprendida hacia el nuevo concierto lingüístico del Congreso –ya existía en el silencio del Senado- y se rasga las vestiduras de la ignorancia. Le corresponde al Estado, al próximo gobierno progresista, programar campañas educativas sobre la importancia y el valor de todas las lenguas españolas que, como códigos de comunicación, no son en sí ni nacionalistas ni independentistas. Son plataformas de culturas con la diversidad propia e ideológica de los individuos que las utilizamos. Exactamente como sucede con el castellano, lengua universal maquillada de falso nacionalismo españolista por las fuerzas reaccionarias. Es ese centralismo carca el que ha venido empujando a las otras lenguas españolas hacia las orillas de los diferentes nacionalismos utilizando una gran fuerza manipuladora desde aquellas áreas de poder donde asientan sus posaderas. Son los mismos que tratan de ocultar sus verdaderas fobias enarbolando los gastos que generará la compra de material electrónico y la contratación de intérpretes, pero no tienen dolor de cartera al aceptar los ordenadores personales que les entrega la institución.

A mí, extremeño de educación, me emocionó escuchar a Besteiro, a Marta Lois y a Rego hablar en gallego en la tribuna. He publicado más de una cincuentena de libros en lengua gallega y quizás debiera de haber escrito este artículo en gallego, pero hoy quiero llegar a quienes no entienden la riqueza del bilingüismo y así contribuir al federalismo lingüístico.

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