Opinión

Jugando con la muerte

Este 26 del año pasado empecé a vencer al covid-19 después de pasar once días en caída libre. Mi voluntad estaba por no irme a escribir crónicas al calor de Pedro Botero, pero realmente fueron los equipos médicos y auxiliares del CHUS de Compostela quienes me libraron de las garras de la pandemia. Mi agradecimiento a la sanidad pública nunca será suficiente por su labor conmigo y con el resto de personas infestadas. Ha pasado un año, miro hacia atrás y la distancia se me antoja inmensa y gris. No sé si es que mi cerebro quiere archivar el suceso en el baúl de la desmemoria o que todo cuanto rodea a esta maldita situación me está arrebatando la fe en el ser humano.

No, nada de depresión ni derrotismo. Pero duele comprobar cómo una alta cota de la ciudadanía ha alcanzado un penoso nivel de anestesia frente al problema. Se habla y se escuchan las estadísticas de muertes con el mismo interés que la predicción del tiempo. Era de esperar que el constante repique de datos acabara por impermeabilizar la sensibilidad general frente a la tragedia. Vamos saltando de ola en ola como surfistas ignorantes de cuál es la entidad del mar que nos lleva y trae. Alguien decreta que ha concluido una ola, que viene otra y nos quedamos tan frescos. La mascarilla ya es parte de nuestro organismo, las personas que han nacido o despertado a la vida a lo largo de este año serán para siempre mascarilladictos o mascarafóbicos. Nos cuentan, sin razonarlo, que unas vacunas son útiles y otras sospechosas. Y asentimos. Comprobamos que la pobreza nos acecha tras la puerta y lo aceptamos atrapados por la resignación… Todo eso y más ya es hábito, desidia y dar gracias por despertar cada mañana.

Debería ser doloroso archivar pasivamente los centenares de muertos que se cobra el virus. Y no lo es. Ese balance ha alcanzado el viejo ritmo amortiguado de los accidentes de tráfico de cada lunes. Se ha convertido en un juego con la muerte irrelevante. Nadie se detiene a pensar qué está pasando en Oriente, origen el mal. ¿Cómo cifran los logros y los fracasos en China, Japón, la India o Rusia? ¿Estamos ganando o perdiendo la batalla en el lodazal de este contratiempo vital? Tenemos, entre otras, la referencia de que la peste negra del siglo XIV se llevó más de un tercio de la población europea de entonces, pero nadie explica cómo eliminaron la bacteria causante. Ahora estamos en el mismo punto de ignorancia.

El covid-19 ya ha alcanzado el nivel de reflexión artística y literaria, como otras plagas históricas. Un síntoma de normalidad. Otro síntoma es la apertura de nuevos negocios, cuyas cuentas de resultados dependen de la longevidad del problema. Otro, la eclosión de la picaresca, ya circulan vacunas de contrabando producidas por las mismas farmacéuticas oficiales, a quienes les interesan más las plusvalías que las vidas individuales. Se descubren trescientos millones de dosis ocultos en un almacén de Italia y el trapicheo político brilla más que la verdad. Pronto las vacunas serán como el tabaco de batea. La presidenta madrileña invierte millones en levantar un hospital inservible, antes que en contratar sanitarios, y esa política especulativa del ladrillo se da por bien empleada o se ignora. La utilización de la pandemia con fines partidistas es otra cara disparatada del problema. Ahí está.

Y, finalmente, unas preguntas de paciente ignorante. ¿Por qué pregonan las vacunas como única panacea contra el covid-19? ¿Qué hay de las medicinas curativas? ¿Qué pasó con el remdesivir o con el baricitinib? ¿Se usan, se investigan otras nuevas? A mí no sé qué me administraron pero hoy estoy de aniversario. Usted, haga juego, quizás la muerte le aguarde en la próxima casilla del negocio. O no.

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