Opinión

La verdad histórica

Una ola de espanto recorre el país al escuchar cómo nostálgicos de la dictadura pretenden mantener vivas las falacias con las que el franquismo convirtió la realidad histórica en una carnavalada, ansiando justificar el golpe de Estado de un puñado de militares de corte fascista. Esta práctica es tan añeja como las invenciones de las crónicas del pasado. La propaganda del poder siempre resulta más eficaz que las verdades del carbonero y del notario a la hora de quedar fijada en los libros y anales de la humanidad. Creo que fue el rey gallego Alfonso VII de León quien dejó dicho que “es más importante tener al cronista de mi parte que ganar la batalla”. Esa filosofía medieval alberga toda una afortunada praxis de hacer política. Su uso resultó afortunado hasta antes de ayer.

Por ello poner en claro el pasado, a pesar de todos los avances modernos del estudio, es una ardua tarea que no siempre resulta afortunada para los investigadores. ¿Hay algo históricamente más falso que la llamada Reconquista de la España medieval? No. Y sin embargo se sigue enseñando en las escuelas. ¿Y no les resulta patético ver al apóstol Santiago en su caballo blanco matando moros sobre el Pazo de Raxoi en Compostela? Esa escultura representa a la famosa batalla de Clavijo, que nunca existió. Fue inventada en el siglo XIII por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada y hoy los guías la siguen versando como mágica para mayor gloria del turismo. ¿Cuánta xenofobia han debido generar, generación tras generación, las falsas enseñanzas de aquellas guerras, cuyo fin glorioso y cristiano consistía en expulsar o matar moros y judíos españoles?

Me han venido a la cabeza estos dos ejemplos por cercanía geográfica. Pero detengámonos en el Siglo de Oro de nuestra literatura. Cuando el teatro dejó de ser un trabajo de correcaminos y se tornó culto, el poder real no tardó un suspiro en subirse a las tablas para iluminar al pueblo con las doctrinas de la Iglesia y la bendición de la monarquía absoluta. Elija título y obra: De Rey abajo ninguno, Fuenteovejuna, El alcalde de Zalamea, La vida es sueño, El caballero de Olmedo, El príncipe constante… Vividores como Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina y otros no tuvieron empacho a la hora de poner sus talentos al servicio de reyes bobos, como si de héroes se tratara. Personajes que han alimentado nuestros sueños y han ayudado a mitificar un siglo donde el hambre y la miseria asolaba las calles, década tras década, por el mal gobierno de esos monarcas, quienes aparecían en el último acto de la tragedia repartiendo justicia.

El mismo juego podemos practicarlo poniendo la mirada en la evangelización de América. En los bulos de la Independencia contra los franceses. En las contrarreformas sin reformas previas… Nuestra historia hispana, como la de cualquiera otra parte del mundo, está repleta de fracasos convertidos en mitos insignes. La costumbre de disfrazar la realidad para justificar intereses es una rueda que sólo el avance científico de la historiografía y el triunfo de la comunicación de masas ha conseguido ralentizar, que no eliminar, como escuchamos estos días.

Gracias a ello, ya de nada valdrán las proclamas de falsedades y alabanzas de los cofrades del franquismo. Están quemando sus últimos fuegos artificiales como patéticos animadores de una verbena anacrónica. La II República inició un avance político y social frustrado por un golpe de Estado, una guerra y una larga dictadura. Así quedará en la Historia. Lo sorprendente es que haya sido necesario, por primera vez, legislar para establecer la verdad histórica.

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