Opinión

La liebre y la tortuga

Jamás habíamos asistido a un proceso semejante al actual: los dos líderes de los principales partidos jugando a la liebre y la tortuga para alcanzar la Presidencia del Gobierno. La liebre, naturalmente, la representa Feijóo por aquello de correr a más velocidad para llegar a un fin esquivo. A la tortuga juega Sánchez enarbolando las estrategias, no fiarse de las apariencias y, pasito a pasito, sin mucha prisa quemar en silencio las etapas que le marca el dios Cronos. Como en la fábula de Esopo, el líder del PP basó el éxito de la contienda en la debilidad del contrario y se echó a dormir. El líder del PSOE, siguiendo el ejemplo del fabulista griego, confió en sus propias fuerzas pero sin despreciar al contrincante. El final del cuento para niños se intuye, pero aún estamos en las etapas decisivas de la carrera, aunque se hayan perdido todos los jirones de la emoción inicial.

La liebre no contaba con un tropiezo esencial en el recorrido: los obstáculos. En todos ha chocado y caído. Sin embargo la tortuga, sabedora de las dificultades, ha utilizado cuantos atajos y oportunidades le ha brindado el destino, además de salir con la mochila/caparazón repleta de experiencias. Por el contrario, a la liebre el zurrón le ha pesado más que ayuda le ha proporcionado. Además la tortuga se ha visto aplaudida y apoyada por quienes la consideran la compañera menos mala para compartir en buena lid unos bocadillos al final del camino. Y así, en estos momentos los dos corredores se han encontrado en paralelo negociando a derecha e izquierda tratando de cubrir los pocos peldaños que les faltan para alcanzar la meta.

Y es ahí precisamente, en la negociación, donde se descubre quién está mejor capacitado para ejercer el duro oficio de político. Mientras competir no pasa de un divertimento para hooligans, negociar requiere de objetivos precisos, ideas claras para conseguirlos, mano izquierda para avanzar y ceder al mismo tiempo y solvencia a la hora cumplir lo pactado. Visto lo visto desde la barrera, la soledad de Alberto Núñez Feijóo ni la rellena el cofrade Abascal ni parece buena idea un intento de repetición electoral. Los afanes de búsqueda de los cuatro votos necesarios, hasta en las tinajas de Ali Babá, no dan resultado y al ganador se le ha puesto cara de perdedor rodeado de incomunicación parlamentaria. Y aún quedan dos semanas de tropiezos para llegar a la frustración de la meta. 

El último ha sido la ambigüedad del acercamiento a Junts tratando de negociar bajo cuerda mientras se vapuleaba a quienes lo hacen con luz y taquígrafos. Es cierto que el partido del puercoespín Puigdemont navega entre la utopía y el anacronismo, pero es tan de derechas como el PP y heredero de la CiU de Pujol con la cual Aznar surfeó para llegar a la Moncloa. En este asunto la tortuga y su socia también han llegado antes. La paloma Yolanda Díaz ha regresado con buenas noticias. ¿Y ante ese fracaso cómo ha respondido el negociador Feijóo? Además de hacerse de nuevas sobre las exigencias del prófugo ha preferido aquello de “más vale honra sin Gobierno que Gobierno sin honra”. Como aquel vigués de los barcos, un tal Casto Méndez Núñez quien tras perder la flota española se volvió a casa a calentar la honra.

  1. Y en este punto ya rueda la pregunta por el molino de los bulos y rumores. Feijóo no ha conseguido hacerse con su partido en Madrid, pues a cada intento de centrarlo le siegan la hierba bajo los pies. ¿Aguantará cuatro años en la bancada de la oposición? ¿Abandonará la política? ¿Cómo le influirá esta derrota al PPdeG en las elecciones autonómicas?

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