Opinión

Nos vamos de boda

Estoy muy preocupado, mañana es la boda y aún no he podido preparar el viaje a Madrid. Sé que el resto de los 500 invitados han realizado sus funciones y preparativos, incluido el Parlamento gallego, donde han tenido la prudente iniciativa de retrasar la toma de posesión de Alfonso Rueda para después del enlace de Teresa Urquijo y Martínez-Almeida. Una sapientísima decisión para que los importantes del PP, encabezados por Feijóo, puedan asistir a las dos ceremonias. Una evidente maniobra del conocido sentido patrimonialista que los populares tienen de las instituciones. Pero no entorpezcamos, esa es una oración para otra misa. Mañana será un día feliz en el reino porque hasta los reyes eméritos, quienes últimamente sólo coinciden en funerales, acudirán al templo de los Jesuitas de Serrano y luego al refrigerio en la finca de El Canto de la Cruz, propiedad de la abuela de la contrayente. Nada tan hermoso en nuestros truculentos días como poder ver unida a una familia desestructurada tan importante. Para mí, si no llego a tiempo, será un dolor no poder abrazar a Victoria Federica, un encanto la chica. No se sabe si asistirá su hermano Froilán. ¡Una lástima! Tampoco podré saludar a Elena y Cristina, infantas desterradas, y saber de primera mano cómo les va en la vida sentimental, después de sus sonados fracasos matrimoniales, en los cuales el amor y las bodas regias estuvieron por encima de la sangre azul de rigor en el Antiguo Régimen, del que aún son anacrónicas representantes. Lo curioso es que no he visto en la lista de invitados a los reyes Felipe y Letizia. ¿No aparecen por seguridad o por rehusar la asistencia al evento? Mañana lo sabremos.

Por el número de asistentes, esta boda podemos considerarla moderada si nos remontamos a la otra gran boda histórica del PP, aquella de la hija de Aznar y Agag, con tanta pompa e invitados desde la realeza europea hasta los más ínclitos y renombrados miembros de la familia Gürtel. Han pasado veintidós años y aún me sigo preguntando cuánto costó aquel sarao, quién lo pagó y, sobre todo, cuanto invirtió el tesoro público en semejante dispendio. Aquella fue una boda de “presidencia” y la de mañana es sólo de “alcaldía”. El conservadurismo tiene bien definidas sus escalas y no importa que en este caso se trate del enlace de una Borbón con un alto representante de una tradicional familia de abogados del Estado, por tanto, muy superior en clase a la estirpe aznariana. El enlace de mañana costará menos a las arcas madrileñas en medidas de seguridad y organización del tráfico, no nos pagarán ni hoteles ni desplazamientos a las familias convidadas y, aunque el menú cuesta 175 euros por persona, los novios están convencidos de recaudar con los regalos mucho más de medio millón de euros, ya sea en metálico o en especies. 

Ellos están contentos, se les ve felices no obstante de sus más de veinte años de diferencia vital. El amor lo puede todo y en su viaje a Maldivas y Bután lo pondrán de manifiesto con alguna exclusiva en las revistas del corazón. El alcalde de Madrid se acoge a los días de asuntos propios, también llamados moscosos, en honor del ministro socialista Javier Moscoso que los aprobó en 1983. Sí, señor, esta es la verdadera política social que merecemos, como lo demostrará no sólo la presencia de la nobleza y del PP, sino también de personajes de la economía tan acreditados como Florentino Pérez o Enrique Cerezo, en cuya mesa me hubiera gustado coincidir. El prudente Rueda no asistirá por un asunto de familia y a mí, si no me ven en las fotos, es que no llegué a tiempo.

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