Opinión

Un nuevo Index Librorum Prohibitorum

En el último tercio del siglo XIX un poeta romántico de mi próxima novela le dice a otro personaje: 

“En este país, mezcla de tantas culturas, siempre hubo una desmesurada afición por quemar libros, de ahí que hayan perecido en la hoguera tantos hombres y mujeres inocentes por pregonar sus ideas y ser librepensadores. Cada humano es un libro. Por tanto, quien posee maldad para destruir un libro, también la arraiga y cultiva para quemar a un ser humano. Si nuestros paisanos hubieran leído más y quemado menos obras impresas o manuscritas otra sería la convivencia en esta tierra de Caín”. 

Esta reflexión, que pongo en boca de mi personaje de ficción, la suscribo no sólo por ser literariamente mía, sino también porque creo solemnemente que es una verdad absoluta y un retrato de trazo firme de la mala convivencia arrastrada por tantas y tantas generaciones hispanas. Quien es capaz de quemar o prohibir un libro, una obra de arte, una canción o una película lleva dentro el germen capaz de acabar con quien piensa y crea esas obras. Atrás reposa la historia para avalarme.

Cuando mi personaje dice su discurso ya ha sido abolida la Santa Inquisición, en 1834, después de cuatro intentos legislativos y de escucharse una y otra vez el grito en las calles de ¡Vivan las cadenas!, en defensa del absolutismo del nefasto Fernando VII. Pero continuaba vigente el famoso “Index Librorum Prohibitorum et Derogatorum”, versión española del índice papal, que se siguió publicando hasta 1948 y no se suprimió hasta 1966, por decisión de Pablo VI. ¡Demasiado tiempo desde la Edad Media prohibiendo y persiguiendo libros! Ese rencor, con la excusa de salvar almas y patrias, ha asesinado a mucha gente inocente y destruido ríos de talento. De ahí que inquiete la idea de Feijóo de derogar la Ley de Memoria Democrática, lo que será una vez más censurar la libertad de pensamiento y de acción. Exactamente lo mismo que sufrimos durante el franquismo y, cuando lo escucho, no puedo dejar de percibir en mi cerebro un nuevo “vivan las caenas” y constatar que le está entregando un pasaporte democrático al censor llamado Vox. Y me gustaría telefonearle y decirle al candidato que diez por dos no son veintidós, ni es una broma su discurso, aunque le ayude a llegar al Gobierno de la nación. Y que la realidad de mañana la puede estar escribiendo hoy erróneamente.

Por sí no se ha enterado, también le hablaría de la película censurada en Bezana (Cantabria), de la clausura de la versión teatral del “Orlando” de Virginia Woolf en Valdemorillo (Madrid) -alcaldías de la coalición PP-Vox-, de la censura a Lope de Vega en Getafe y le señalaría la retirada de Los Teatros del Canal de Madrid del Premio Nacional de Literatura Dramática “Muero porque no muero”, entre otras flores de tamarisco… y le diré que la lista no ha hecho más que empezar y que por ese camino no tardaremos en ver arder libros, libretos, discos, películas en las plazas con la anuencia del PP, simplemente para conservar una poltrona. Porque quiero suponer que la derogación de su centrismo no se sustenta en una connivencia ideológica con la extrema derecha. Y quizás deba explicarle que crear con esas prácticas un “Index Librorum Prohibitorum” es mucho más peligroso que un elemental y circunstancial anacronismo. Y mi poeta de ficción le recomendaría a Feijóo leer mucho, mucha historia de España bien contada científicamente, para que recuerde que si un “niño de aldea” puede llegar a ser presidente de España es gracias a la democracia en libertad que hemos construido, por primera vez, en el siglo XX.

Te puede interesar