Opinión

Símbolos, ritos y rituales

Miro las banderas y me quedo impasible. Ondean en el balcón de un edificio administrativo, están sucias, feas y arañadas por el viento. ¿Qué representan? Europa, España, Galicia, la ciudad… Podrían ser diferentes y estar llamando la atención sobre un equipo de fútbol, anunciando un refresco o recordando cualquier evento histórico, me dejarían exactamente igual de frío porque nunca juré lealtad a ninguna, jamás lucharía –y menos moriría- por ellas y me importa un bledo que las quemen o las suban a los altares de la gloria.

Con los himnos me sucede algo similar. Nunca tuve intención de aprender la letra de ninguno. Todos me parecen anacrónicos, mala literatura, música ramplona y me levantan el mismo sarpullido que los rezos reiterados sin reflexión. Por lo general sus orígenes tienen cimientos bastante reaccionarios, incluso misóginos y la mayoría son más producto del enfrentamiento –racial, clasista, excluyente…- que de la identidad ensalzada.

El sentimiento hacia los ejércitos y sus desfiles es parejo a los anteriores. Me gusta la utopía de un mundo sin ellos, sin armas, sin uniformes… Pero en lo más lejano de la fundación humana están Caín, Abel y la quijada del burro para desanimarme.

No obstante de semejante escepticismo, siempre he respetado todas las banderas, todos los himnos y todos los símbolos que se han cruzado en mi camino. Entiendo que la humanidad eternamente ha necesitado de mitos y rituales para organizar (y desorganizar) la convivencia. No se entiende, ni funciona, un grupo social sin la amalgama de los ritos, ya sean identitarios o culturales. Se comprende que a lo largo de la historia hayan estado presentes, nacido, crecido, caído. Han sido tan importantes como efímeros en relación con el paso del tiempo.

Sin embargo no deja de sorprenderme que, como ha sucedido con la fiesta del 12 de octubre, de cuando en cuando se establezcan absurdas batallas a favor y en contra, protagonizadas por presuntos individuos inteligentes y formados como Pablo Iglesias, Ada Colau y los nuevos alcaldes de Cádiz y Zaragoza entre otros políticos emergentes. Me sorprende que no sepan que un símbolo y un rito solo se disuelve cuando otro lo substituye o absorbe. En esta fiesta, llamada “nacional”, han negado el ritual pero no han ofrecido nada a cambio. Los mitos viejos les ganarán la batalla.

Deberían aprender de la historia. Los romanos, por ejemplo, lo hicieron muy inteligentemente durante su expansión asumiendo dioses y costumbres de los pueblos sometidos. El cristianismo, que apenas contaba con una cruz y un cordero, tomó del mitraísmo cuanto convenía y nombró santos y vírgenes a todos los dioses y diosas menores que encontró en su camino… Los emergentes, ya se ve, en este asunto, andan muy desorientados.

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