Opinión

Soplan malos vientos

Mientras en Italia despiden a Berlusconi con un impropio funeral de Estado, en EEUU Donald Trump, su amigo, convierte una grave acusación ante la justicia en un aplaudido mitin. En el Reino Unido Boris Johnson, su amigo antieuropeo, entre elogios abandona el Parlamento para preparar el regreso a la carrera electoral. En Rusia el asesino de guerra Vladímir Putin llora la muerte de su amigo Silvio. Y en Valencia el PP pacta el primer gobierno amigo de la era Feijóo con Vox. Todo esto ha acontecido en el término de veinticuatro horas sin darnos tiempo a cerrar las ventanas para que no entre en nuestro ánimo el ciclón de hipocresías políticas desatado alrededor del primer mundo presuntamente civilizado, presuntamente libre, presuntamente justo y presuntamente solidario.

Soplan malos vientos para la democracia y no es exclusivamente por la implantación de la extrema derecha, esa enfermedad política que, como la diabetes, mata desde dentro silenciosamente y siempre que se le permite muestra su sibilina acción antisistema democrático. Sucede porque se han institucionalizado la mentira y la hipocresía como vehículos dialécticos adecuados para alcanzar el poder. Esto es, un buen número de organizaciones, principalmente de las derechas tradicionales, de pretendido centro y de supuestos independientes, han aceptado y asumido las tablas de la ley de su lado extremo y los mandamientos de los rescoldos dictatoriales, escondiéndose tras las caretas de un falso pudor. Y sucede porque está en vigor el viejo axioma de que “asustar sumado a desmoralizar genera un mejor control de las masas”. 

Se me dirá que es exagerado colocar en el mismo plano los acontecimientos internacionales enumerados con los pactos PP-Vox de Valencia, preludio de los que vendrán mañana sábado en ciento treinta y cinco ayuntamientos y luego en la comunidad de Extremadura y otras. Sí, sería excesivo si con esta situación, a la que se ve abocado el PP, no estuvieran dinamitando los presupuestos centristas de Feijóo: su machacona petición de dejar gobernar las listas más votadas, sus críticas a los “gobiernos de perdedores” y su reiterado rechazo al partido de Abascal. Y además, no es desproporcionado, porque con estos movimientos se normalizan e institucionalizan los principios misóginos, racistas, negadores del cambio climático, euroescépticos, derogadores del título ocho de la Constitución, de la educación plural, de la medicina pública etc. como ya sucede en Italia y en otros Estados de nuestra contorna.

Se tiende a pensar que el PP maniobra para absorber a Vox del mismo modo que ha sucedido con Cs. Una táctica francamente peligrosa para la supuesta alma centrista del partido fundado por Fraga y desalmado por Aznar. Se equivocan porque mientras Vox es un extremo desgajado del PP, Ciudadanos era un invento artificial de los poderes mediáticos y económicos para sustituir o servir de muleta centrista al PP en horas bajas. Los patrocinadores de Vox están más cerca del espíritu de Cuelgamuros que del abrazo de la UE. Abascal no se conformará con el papel de socio en la sombra mientras las tinieblas que lo sostienen lo consideren útil. No lo empujarán a caer como sucedió con Albert Rivera.

¿Soluciones? De momento son utópicas. Aportar ideas es como predicar paz en medio del fragor de la batalla. Exigir una regeneración democrática a los grandes partidos, atenazados por los fundamentos de la economía internacional y desprovistos de ideologías firmes, solidarias y pragmáticas, es gritar para que nos responda el eco. Soplan malos vientos para la democracia y las veletas andan locas sin encontrar una dirección segura.

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