LA CIGARRA Y LA HORMIGA

n n nLas lecturas de la infancia son inolvidables.
Las fábulas constituyen un auténtico tesoro cuando se comienza en la bisoñez de la vida a saborear el placer de leer. La ilusión, la rebosante imaginación, siempre desbordada y la inocencia hacen todavía, si cabe, más fascinantes las de Fedro, Esopo o La Fontaine. Es cierto, al menos quien suscribe, devoró las de Félix María Samaniego, motivado por la pertinaz insistencia de sus profesores, impagable por otro lado. A temprana edad uno no alcanza en ocasiones a comprender su verdadero significado. Digo esto porque todos recordamos la fábula de la 'Cigarra y la Hormiga' de Samaniego, a quien acabo de aludir.

'Cantando la Cigarra pasó el verano entero, sin hacer provisiones allá para el invierno. Los fríos la obligaron a guardar el silencio y acogerse al abrigo de su estrecho aposento. Al verse desproveída del precioso sustento, sin mosca, sin gusano, sin trigo y sin centeno. Habitaba la hormiga allí tabique en medio, y, con mil expresiones de atención y respeto le dijo:

- Doña Hormiga, pues que en vuestros graneros sobran las provisiones para vuestro alimento, prestad alguna cosa con que viva este invierno esta triste Cigarra, que, alegre en otro tiempo, nunca conoció el daño, nunca supo temerlo. No dudéis en prestarme, que fielmente prometo pagaros con ganancias, por el nombre que tengo.

La codiciosa Hormiga respondió con denuedo, ocultando a la espalda las llaves del granero: -¡Yo prestar lo que gano con un trabajo inmenso! Dime, pues, holgazana, ¿qué has hecho en el buen tiempo?

-Yo -dijo la Cigarra- a todo pasajero cantaba alegremente, sin cesar ni un momento.

-¡Hola! (Samaniego era vasco de ahí la expresión, creo yo) ¿con que cantabas cuando yo andaba al remo? pues ahora, que yo como, baila, pese a tu cuerpo'.

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