guillermina álvarez

n n nCon cien años recién cumplidos y cabalgando a lomos de dos siglos, se nos fue Guillermina, penúltimo eslabón de la saga de ' los Álvarez', larga familia con raigambre hondo y honorable.
Su nombre me hubiera sonado a emperatriz lejana, a diosa digital o a personaje mediático si hubiera vivido su juventud en estos tiempos y yo no la hubiera tratado y conocido. Pero yo he vivido en su mismo pueblo, he bebido en la misma fuente y he merendado en su propia casa. No sabía cambiarla de afectos, de ámbito y de siglo. Ella guardaba otras ambiciones. Tuvo otras 'redes sociales' más íntimas, directas y cercanas. Mantuvo su figura y su paisaje interior por siempre bellos, sin necesidad de cámaras, pantallas o citas con las ondas. Su espíritu estuvo ocupado en otras lides: Hizo de su casa un lugar de encuentro, tertulia y acogida, foco de intelectualidades varias. Aquella famosa ' casa de los Álvarez', referencia, eje, motor y guía de un pueblo dinámico y vital que animoso como ella, se alzaba resuelto al progreso.

¡Cortegada, Cortegada!, su pueblo y el mío, donde vivió feliz y a donde volvía siempre. Donde, a pesar de los lustres, inercias de apellidos y contactos de abolengo, supo con nobleza de corazón y filantropía de espíritu, apreciar sobre todo el valor de lo sencillo. Guillermina estaba casi obligada a ser buena hasta por herencia y por genética. Su madre dejó profunda huella en su vida. Los más longevos aún enebran historias de aquella casita en la que su progenitora había instalado lo que todos conocían por ' la casita de los pobres'. Eran otros tiempos pero aquella proa de cielo -que diría yo- fue refugio, cobijo y sustento de muchos 'desheredados' y marcó en su hija talante, sensibilidad y estilo. Tampoco olvidaré a su tío Guillermo que, casi al mismo tiempo y desde América, se acordaba de su gentes y enviaba importantes sumas para invertir en su pueblo.

Guillermina, como toda su familia, tuvo el instinto de aprender y la vocación de enseñar. Por eso se hizo maestra. Pero, con la vida económicamente resuelta, se dio cuenta de que le atraía más el magisterio de los doctos y de los sabios y quiso compartirlo desde su casa. En torno a su mesa camilla se dieron cita tertulianos ilustres de las letras, las artes y la medicina, sobre todo intelectualidad compostelana.

Al salir del funeral caminé otra vez por Cortegada, tu pueblo y el mío. Encontré ya menos caras conocidas, hacía frío ¡que latido tan distinto?! ¡Que sepia tan desvaído me va tiñendo el camino! Atrás se queda la iglesia con sus últimos murmullos. En mi alma quedan sólo tres extraños confidentes: paisaje, viento y campana, trilogía encadenada que sigue hablando de ti.

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