Su nombre era José Valeiras Sobrino, pero para todos, y muy entrañablemente era Pepe, Pepiño Labrador, personaje único e irrepetible cuya ausencia se notará en Carballiño, el pueblo de sus amores. Se fue, nos dejó, con 89 años, cuando en realidad para todos sus amigos era el joven eterno.
Me enteré más tarde de lo que hubiera deseado y de veras que me impactaron ese día dos fallecimientos. El suyo y el del párroco de Campolongo en Pontevedra, José Antonio Fernández Recuna. Dos buenos amigos y hombres de fe inquebrantable.
Entre las muchas virtudes que siempre he alabado en Pepe Labrador, además de su humildad y la disposición siempre pronta para servir, están el amor a la Iglesia y el cariño y afecto hacia todos los sacerdotes. Somos muchos los que le vamos a echar de menos.
La parroquia de O Carballiño le debe mucho, y en especial la cofradía de la Virgen del Carmen, a la que se entregaba con todas sus fuerzas. Consiguió vestiduras para las concelebraciones que siempre facilitaba para cualquier evento en la parroquia que fuere. Su desprendimiento, su generosidad, era única en este sentido. Hubiese hecho muy bien la Iglesia habiéndole promovido al diaconado. ¡Fue el diácono y servidor perfecto de todos cuantos solicitaban su presencia! Dispuesto siempre a ayudar, a arrimar el hombro y a dar testimonio de su fe sencilla, profunda y ejemplar. Era un creyente ejemplar.
La otra virtud es su amistad con los sacerdotes. A todos nos quería, respetaba y gozaba con nuestra compañía. Deja algunos íntimos amigos en el sacerdocio que van, vamos, a notar su ausencia. En la práctica era un clérigo más y sin duda alguna ahora tenemos todos un amigo en el cielo.
Descansa en paz, Pepe, y muchísimas gracias que imagino comparten todos los sacerdotes diocesanos y la misma diócesis a la que serviste como pocos. Bien creo que O Carballiño lo habrá reconocido y manifestado en 'tu' iglesia de la Veracruz.
Pide por nosotros Pepe, allá al lado de la Virgen del Carmen, pues lo necesitamos.
Entre las muchas virtudes que siempre he alabado en Pepe Labrador, además de su humildad y la disposición siempre pronta para servir, están el amor a la Iglesia y el cariño y afecto hacia todos los sacerdotes. Somos muchos los que le vamos a echar de menos.
La parroquia de O Carballiño le debe mucho, y en especial la cofradía de la Virgen del Carmen, a la que se entregaba con todas sus fuerzas. Consiguió vestiduras para las concelebraciones que siempre facilitaba para cualquier evento en la parroquia que fuere. Su desprendimiento, su generosidad, era única en este sentido. Hubiese hecho muy bien la Iglesia habiéndole promovido al diaconado. ¡Fue el diácono y servidor perfecto de todos cuantos solicitaban su presencia! Dispuesto siempre a ayudar, a arrimar el hombro y a dar testimonio de su fe sencilla, profunda y ejemplar. Era un creyente ejemplar.
La otra virtud es su amistad con los sacerdotes. A todos nos quería, respetaba y gozaba con nuestra compañía. Deja algunos íntimos amigos en el sacerdocio que van, vamos, a notar su ausencia. En la práctica era un clérigo más y sin duda alguna ahora tenemos todos un amigo en el cielo.
Descansa en paz, Pepe, y muchísimas gracias que imagino comparten todos los sacerdotes diocesanos y la misma diócesis a la que serviste como pocos. Bien creo que O Carballiño lo habrá reconocido y manifestado en 'tu' iglesia de la Veracruz.
Pide por nosotros Pepe, allá al lado de la Virgen del Carmen, pues lo necesitamos.
