Rosa Martínez Casais celebraba ayer su cumpleaños y el nacimiento de Irene, su sexta biznieta

La abuela de la provincia de Ourense cumple 108 años

Amelia Feijóo, de 76 años, posa con su madre Rosa Martínez en la casa familiar de Celanova.
En la casa familiar de la villa de San Rosendo, Rosa Martínez Casais celebraba ayer su 108 cumpleaños. Rodeada de sus familiares y seres queridos, esta celanovesa que durante años residió en la capital de España, recuerda hasta el más mínimo detalle de una intensa vida, que resume con un contundente: ‘He sido muy feliz’. La ‘abuela’ de la provincia y una de las más longevas de Galicia, se enorgullecía al comentar el nacimiento, la semana pasada, de su sexta biznieta, Irene.
La vecina más anciana de Celanova estaba ayer de cumpleaños. Con una salud excelente y de conversación amena, esta centenaria (en el Concello de Celanova hay censadas cinco personas mayores de 100 años) celebró ayer su 108 cumpleaños en compañía de sus familiares y seres queridos. ‘Antes era golosa, pero ahora ya no’, confesaba ante la idea de probar su tarta de cumpleaños. Sin mucho ruido y ajena a cualquier acto de reconocimiento por su longevidad, Rosa Martínez Casais conmemoró su aniversario, ‘aunque en casa somos más de celebrar su santo, que es el 30 de agosto’, confesaba su hija Amelia.

Rosa Martínez nació en el pueblo de Olás, en el Concello de A Merca, el 3 de mayo de 1900. Maestra de profesión, ejerció cuatro años en la escuela de Xacebáns (Quintela de Leirado) y dos más en un centro privado que, en los años veinte, abrió en la casa natal de Manuel Curros Enríquez. ‘Por aquel entonces estaba muy abandonada, pero durante dos años di clase en dos habitaciones que daban a un amplio corredor, en la primera planta’, recuerda la anciana que hace años que no visita la vivienda, hoy convertida en casa-museo.

Madrid y Celanova

Con una memoria envidiable, durante sus conversaciones Rosa Martínez describe hasta el más mínimo detalle momentos de su infancia o su juventud, como cuando conoció a su marido Eduardo, ‘un hombre muy bueno’ mientras cabalgaba camino de Quintela de Leirado, o el nombre de muchas de sus alumnas, la mayoría de ellas ya fallecidas. ‘He sido muy feliz’, concluye ante el relato de su vida. Su hija Amelia, que vela por ella noche y día, así lo confirma. Tras media vida en Madrid, ‘donde mis padres pensaron que, tanto mis dos hermanos como yo, tendríamos mayores posibilidades para seguir estudiando’, matiza Amelia, en la década de los 90 Rosa regresó a la casa familiar de la villa de San Rosendo. Ante la pregunta de que si le ha quedado algo por hacer en su vida, Rosa niega con la cabeza. ‘Nunca ha sido ambiciosa’, confiesa su hija.

En ocasiones, le da por mirar a través de la ventana una Celanova que nada tiene que ver con lo que ella conoció. ‘¿Salir a la calle? ¿para qué?’, pregunta. Aunque confiesa que el próximo domingo, 18 de mayo, asistirá a la comunión de sus dos biznietos mayores. ‘Tengo siete nietos, seis biznietos y otro que viene en camino. La más pequeña, Irene, nació la semana pasada’, relataba con orgullo.

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