Sueños de Olimpia

Fórmula 1 en Madrid, gas y deuda a fondo

Stefano Domenicali, Ayuso y Almeida entre otros, durante la presentación del evento.
photo_camera Stefano Domenicali, Ayuso y Almeida entre otros, durante la presentación del evento.

La pasada semana se anunció, a bombo y platillo, que Madrid será nueva sede en el circuito de la Fórmula 1, a partir de 2026. Tanto el alcalde de la ciudad, Martínez Almeida, como la presidenta de la comunidad, Díaz Ayuso, presumieron de la concesión. Ambos esgrimieron que esta actividad generará “450 millones de euros en beneficios” y nada menos que “10.000 puestos de trabajo directos”.

Ante estas cifras, cualquier ciudadano podría respaldar e incluso aplaudir la gestión. Pero ¿son ciertas estas previsiones? 

Economistas como Juan Ramón Rallo ha planteado serias dudas en las redes sociales, aportando un interesantes estudio, elaborado por tres especialistas noruegos, sobre los efectos económicos en las sedes europeas de Fórmula 1 entre los años 1991 y 2017.

El informe, tras valorar el impacto en los datos del PIB, turismo y empleo, concluyó que “el retorno social de estas inversiones es nulo o incluso negativo”. En gran parte, por “el uso ineficiente del dinero público”. En resumen, la exigencia de la entidad, Fórmula 1, sobrepasa los presupuestos iniciales o anunciados y los políticos no tienen reparos -no sale de sus bolsillos- en añadir lo que haga falta para mantener el circo. A partir de aquí, la inversión termina convirtiéndose en deuda.

El ejemplo más cercano sucedió en Valencia, que terminó con 300 millones de euros de deuda y una sociedad privada -Valmor Sports- rescatada con fondos públicos por el gobierno autonómico. El contrato se había pactado entre 2008 y 2014, pero se tuvo que suspender en 2013.

A nuestros políticos, los de Madrid y los de Barcelona, nada les asusta. Aquí nos sobra el dinero.

Con o sin VAR, la vida sigue igual en el bar

El árbitro Hernández Maeso consulta una jugada durante el Real Madrid-Almería.
El árbitro Hernández Maeso consulta una jugada durante el Real Madrid-Almería.

Uno de los argumentos más comunes en contra del uso del VAR en apoyo del árbitro era la temida falta de polémica, el fin de la “salsa” o la “esencia del fútbol”. Es tradición e imprescindible que el colegiado se equivoque, que los medios critiquen sus decisiones -o duden de su integridad- y se hable, discuta o pelee en los bares. Sin este picante, se acabó el atractivo de este deporte.

Pues no. El Árbitro Asistente de Vídeo (VAR) se aplica en nuestra Primera división desde 2018 y la vida sigue igual, como canta el exmadridista y después estrella mundial Julio Iglesias. La polémica pervive con todos sus tópicos, simplemente cambia la infraestructura. Se sigue dudando de la imparcialidad del árbitro, del favoritismo hacia algunos clubes, de “manos negras” que castigan a otros… Nada nuevo, todo igual. Las mismas discusiones en los bares. La esencia permanece.

Se exige a los árbitros la perfección tras la consulta de la repetición de una acción dudosa de importancia. Sin tener en cuenta que el fútbol no es matemáticas, e incluso algunas jugadas son difíciles de valorar, a pesar de revisarlas 20 veces a cámara lenta desde diversos ángulos. El VAR no es infalible en algunos casos, pero sí muy útil en otros que escapan al control de los jueces. 

¿Su aplicación supone un corte de ritmo y consume minutos de partido? Como tantas otros momentos. Esto abre otro melón que la FIFA tendrá que abordar tarde o temprano, el tiempo a reloj parado. 

Después serán los cambios que permitan el retorno a pista del relevado, la posesión, el campo atrás y los tiempos muertos. Evolución para mejorar el juego, el espectáculo y las discusiones en los bares.

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