Una fe ciega y los tropiezos de sus rivales, claves en la salvación del Celta

El Celta de Vigo despidió la temporada 2012-13, la de su regreso a la elite del fútbol español, con sus jugadores celebrando sobre el césped de Balaídos la consecución de la permanencia en la liga BBVA, un éxito casi impensable hace dos semanas, cuando el equipo cayó al último puesto de la clasificación.
Su victoria sobre el Espanyol y la derrota del Deportivo de A Coruña ante la Real Sociedad permitieron al celtismo festejar su continuidad en la máxima categoría y, de paso, el descenso de su eterno rival a la liga Adelante.

La imagen de los aficionados celestes rodeando a su ídolo Iago Aspas, que probablemente abandonará el equipo este verano, recordó a la de hace un año, tras la consecución del ansiado ascenso, o a la de hace cuatro campañas, cuando un jovencísimo Aspas evitó el descenso del club a 2ªB con dos goles ante el Alavés.

Pero el milagro obrado por el conjunto dirigido por Abel Resino no debe esconder la irregular temporada de un Celta que, a juicio de su director deportivo, Miguel Torrecilla, debería luchar por cotas más altas.

El nulo rendimiento del fichaje estrella para afrontar el retorno a Primera -el internacional coreano Park-, o el desacierto en los refuerzos invernales (Demidov y Pranjic) son dos claros ejemplos de que la planificación deportiva del club ha sido un desastre.

Ejemplos a los que se podrían sumar otros, como la decisión de renovar a David Catalá tras el ascenso y rescindirle su contrato antes de empezar la temporada o apostar fuerte por la continuidad de Joan Tomás y Bustos para forzar su salida antes de llegar al ecuador del presente curso.

Una salida mucho más dolorosa vivió el entrenador que devolvió al club a Primera División, Paco Herrera, a quien el presidente Carlos Mouriño, después de anunciar varias veces que le ofrecería la renovación 'independientemente de que el equipo juegue en Primera o Segunda', le comunicó telefónicamente su cese una vez que ya tenía atado a su sucesor, Abel Resino.

El ex portero del Atlético de Madrid, al que el Celta fichó por sus éxitos con el Levante y el Granada en la consecución de la permanencia en las últimas jornadas, debutó con una agónica victoria precisamente ante el Granada.

Pero ese triunfo, que había llenado de esperanza al celtismo, no tuvo continuidad en las siguientes jornadas. El Celta se desinfló rápido; Iago Aspas se 'autoexpulsó' en el derbi frente al Depor con una agresión a Marchena y su equipo lo perdió para cuatro partidos.

Ese hundimiento celeste coincidió con el despertar de algunos de sus rivales, como el Deportivo de A Coruña, Granada o Zaragoza, lo que aumentó las dudas sobre las posibilidades de eludir el descenso.

Dudas que no transmitía Abel Resino, quien constantemente enviaba mensajes positivos a pesar de que su equipo ya era colista, con solo un cuatro por ciento de posibilidades de mantenerse en la elite a falta de dos jornadas para el final.

Un porcentaje que aumentó con el triunfo vigués en Valladolid y los tropiezos de Deportivo, Zaragoza y Mallorca. El Celta, castigado por momentos con lesiones de gravedad (Hugo Mallo, Mario Bermejo, Samuel Llorca, Sergio Álvarez) ya estaba donde quería su entrenador: en la última jornada y con opciones de salvarse, un objetivo que lograría si ganaba al Espanyol y el Depor no vencía a la Real Sociedad en Riazor.

Empujado por una afición que esta temporada nunca le ha dado la espalda al equipo, el Celta cumplió su parte ganando al Espanyol y se vio favorecido por el triunfo de una Real Sociedad que, jugándose su clasificación para la previa de la Liga de Campeones, se llevó los tres puntos de A Coruña.

Luchó hasta el final el Celta para acabar saboreando la gloria en la última jornada. Y tras obrar el milagro, la continuidad de Abel Resino está asegurada, pero no así la del director deportivo Miguel Torrecilla.

Desde hoy, el presidente Carlos Mouriño y el director general, Antonio Chaves, trabajan en un nuevo proyecto, de retoques importantes a la actual plantilla, con el objetivo de volver a saborear el éxito pero sin tanto sufrimiento.

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