Un estudio de investigadores gallegos desvela que la endogamia fue la principal causa de extinción de los Austrias españoles

La genética descifra el hechizo de Carlos II

Aparentemente no descubren nada, pero en realidad avalan científicamente una sospecha generalizada. Tres investigadores de la Universidad de Santiago acaban de publicar un estudio genético que atribuye a la endogamia la extinción de la dinastía de los Austrias españoles. Carlos II, el Hechizado, fue la última víctima de los constantes cruces entre parientes en sus antepasados. Su coeficiente de consanguinidad era de los más altos de la historia, un 25% de los genes del último rey de la estirpe estaban repetidos: era como un hijo incestuoso.
Un profesor de Genética Evolutiva plantea a sus alumnos un caso práctico para analizar la consanguinidad y, para hacerlo más atractivo, recurre a los libros de Historia, algo poco habitual en la facultad de Biología. Huyendo de rarezas y excentricismos, va al ejemplo típico y dibuja un pequeño árbol genealógico de los Austrias. Mientras los estudiantes se sumergían en un campo desconocido para la mayoría, el profesor rastreaba bibliografía relacionada con este tema. La búsqueda fue infructuosa: no había trabajos en los que se analizase la consanguinidad de los reyes europeos.

Ese vacío científico agitó el interés del docente y algunos estudiantes. Años después, el resultado de su trabajo ‘una afición común’, para ellosacaba de ser publicado por Plos One, una de las revistas científicas más prestigiosas del panorama internacional. Los firmantes del estudio son tres investigadores gallegos. Gonzalo Álvarez Jurado, el profesor que planteó el caso práctico, es catedrático y responsable del departamento de Genética de la Universidad de Santiago. Francisco Ceballos, que hace unos años era alumno, comparte proyectos en el departamento y defiende estos días en Toronto las tesis sostenidas por el estudio. Celsa Quinteiro, que trabaja en el Complejo Hospitalario Universitario de Santiago, fue la encargada de diagnosticar a Carlos II dos siglos después de su muerte gracias a la colaboración de la Fundación Pública Gallega de Medicina Genómica.

Tirar del hilo

‘Empezamos a tirar del hilo y a construir una genealogía extendida para llegar al mayor número de ancestros. Padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos hasta 16 generaciones anteriores. El árbol genealógico llega hasta el siglo XII e incluye más de tres mil antecesores de Carlos II’, explica Álvarez Jurado. ‘Era un trabajo necesario para poder hacer un cálculo del coeficiente de consanguinidad con un nivel muy alto de precisión’.

Las fuentes de información están en los libros de Historia y en algunas bases de datos publicadas en Internet. El volumen de información crecía y esta fase del estudio, la que más dedicación temporal exige, ponía a prueba los programas informáticos manejados por el equipo de investigadores.

Era cuestión de método, y de tiempo. La construcción de una genealogía exhaustiva permitió comprobar que los coeficientes de consanguinidad eran ‘altísimos’ conforme se sucedían los matrimonios entre parientes en las diferentes casas reales europeas. Esta estrategia dinástica para conservar el poder comenzó con el matrimonio de Felipe el Hermoso con Juana La Loca. Los estudios que analizan la proporción de genes idénticos que se reciben del padre y de la madre no dejan lugar para la duda. El coeficiente de consanguinidad en el caso de Felipe el Hermoso era del 2,5. El porcentaje aumenta con el paso de los años y Felipe III presenta un índice 21; en el caso de Felipe IV desciende hasta el 11,5 y, en el ocaso de la dinastía, con Carlos II llega al nivel máximo (25,4).

‘El coeficiente es muy alto en el caso del último rey de la dinastía, que murió sin descendencia y dejó paso a los Borbones. Era como un hijo incestuoso, Carlos II presenta un coeficiente similar al resultante de la unión de dos hermanos, padre e hija, o madre e hijo’, explica Gonzalo Álvarez Jurado, responsable del Departamento de Genética de la Universidad de Santiago de Compostela.

Dos siglos dieron para once matrimonios consanguíneos: dos entre tíos y sobrinas, uno entre primos de primer grado y otro entre primos hermanos dobles. Los reyes con el coeficiente más alto fueron Carlos II y su abuelo Felipe III, ambos eran fruto de la unión entre un tío y su sobrina.

La endogamia disparó la mortalidad infantil

Dibujado el árbol genealógico, el reto era comprobar que la consanguinidad producía efectos biológicos en los descendientes. Los historiadores habían detectado que las tasas de mortalidad infantil de los infantitos reales eran muy altas y las crónicas de la época apuntaban una elevada cantidad de abortos y partos con bebés muertos. ‘Los niños más cuidados de España y Europa no llegaban en muchos casos a los 10 años de edad. El 50% de los infantes de la dinastía Habsburgo murieron antes de cumplir un año de vida, mientras que en el resto de la población española los niveles rondaban el 80% de supervivencia’, apunta el coordinador del estudio. ‘Cruzamos los niveles de consanguinidad con los datos de mortalidad y comprobamos que los resultados encajaban como el guante y la mano. Las familias con un índice de consanguinidad ato coincidía con elevadas tasa de mortalidad infantil; todo indica que la endogamia provoca efectos biológicos’.

Los investigadores calcularon que el índice de endogamia entre primos hermanos (0,0625) ejercía un efecto adverso sobre la supervivencia de los niños hasta los niños (17,8%) y, por tanto, permitía explicar os altos índices de mortalidad. Pero había más incógnitas por despejar; y más tesis por comprobar.

Álvarez, Ceballos y Quinteiro no se conformaron con probar que la relación de parentesco entre el padre y la madre tiene consecuencias. Era evidente que los hijos de las parejas consanguíneas sufrían con mayor frecuencia los efectos negativos en la salud. Carlos II fue apodado El Hechizado porque padecía varias enfermedades y los investigadores sospechaban que el hechizo podía ser el resultado de los matrimonios consanguíneos de sus antecesores.

El último rey de los Austrias era débil, padecía raquitismo, sufría problemas intestinales y estaba expuesto a hematuria esporádica. No pudo tener hijos y a los 30 años parecía un anciano. Esos trastornos podrían deberse a mutaciones genéticas recesivas, que necesitan heredarse de los dos progenitores: un déficit hormonal múltiple de la hipófisis de la hormona del crecimiento y una aciosis tubular renal distal. Aquí, según los autores del estudio publicado por Plos One, podría estar la explicación de gran parte del perfil clínico y complejo del monarca.

‘Gracias al avance de la genética clínica, encontramos dos defectos en dos genes distintos que pueden explicar más del 90% de los síntomas de Carlos II. Su coeficiente de consanguinidad indica que una cuarta parte de su genoma estaba en homocigosis; la secuencia de un gen que procediese del padre o madre es prácticamente igual en el 25% de los casos. Esto lo hacía muy propenso a defectos motivados por genes recesivos’, explica Gonzalo Álvarez.

‘Esas dos enfermedades genéticas explican prácticamente toda la sintomatología y descifran el hechizo. Los males del monarca se deben a enfermedades genéticas asociadas a la consanguinidad’, apunta el investigador.



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