Anaïs Nin, diarios de una vida golfa

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photo_camera Imagen: Anaïs Nin (1903-1977)

La de Anaïs Nin (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1903-Los Ángeles, 1977) fue una vida de película, encaramada a las ramas de las 15.000 páginas de su diario

No me ajustaré al mundo. Estoy ajustada a mí misma”, decía. La de Anaïs Nin (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1903-Los Ángeles, 1977) fue una vida de película. Su diario de 15.000 págines es un amor al relato impenitente que escribía páginas a degüello, y especie de refugio tras la marcha de su progenitor Joaquín Nin, un pianista cubano de ascendencia española que tras años de intensa búsqueda remataría en unos asombrosos episodios de incesto, y por supuesto contándonoslo; la madre, una cantante cubana de ascendencia francesa y danesa, Rosa Culmell.

Todo en Anaïs Nin resulta exagerado, ojos abiertos como soles, una mirada como de eterno fado y unos labios enigma, era una mujer imprevisible, indomable, una furia desatada, al menos -así lo

Arranca su vida laboral de bailarina de flamenco y modelo, tenía 19 años y una tía lastimera le quiso buscar marido, y resarcir la economía maltrecha de un padre a la escapada. Ella se casa por su cuenta, con un banquero, Hugh Guiler, que le dejó hacer y vivir la vida sin tormento, con el que se marchó a vivir el París de los añorados años 20, donde se vuelve escritora a su manera, sobre todo después de conocer a Henry Miller, y desatarse entre ambos una pasión sin límites que justificaba el término como nunca antes se había hecho; incluso se acostó con June, la mujer del escritor aferrado a los “Trópicos”, pero todo aquello no sería poco más que una pequeña y acelerada parte de una vida de tumulto ciego. 

Anaïs escribe “La casa del Incesto”, después de pasar por Nueva York y ser psicoanalizada, primero por René Allendy, después por Otto Rank, secretario de Sigmund Freud, todos pasarían por sus fauces; incluso ella se dedica al estudio del psicoanálisis. En 1933 de vuelta a París, se reencuentra con su padre, 20 años después de su marcha. Ella, que se había entregado a todos los hombres de sus sueños, sin haber traicionado a su querido marido, Hugh Guiler, se entrega también aquí a una relación incestuosa con aquel hombre que odiaba y amaba después de abandonarlos por una estudiante. Del amor de sus pensamientos al puro fuego uterino. Todo aquel ardor que su propio hermano negara, ella lo dejaría escríto al mayor fragor de todos los ímpetus.

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