GASTRONOMÍA

Buen ambiente, servicio mejorable y guarnición floja en el Calma Chicha de Vigo

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photo_camera La puerta de entrada del Calma Chicha.

Después del partido del Celta, y su merecida victoria del pasado sábado, mis amigos y yo decicidimos ir a celebrarlo con una comida. El Sol lucía con energía, no como estos días, y pensamos que la zona vieja, en el entorno de la Colegiata, podría ser el lugar adecuado.

Elegimos el Calma Chicha, un lugar que teníamos pendiente desde un día de verano en el que estaba tan lleno que nos quedamos sin poder entrar. Para los habituales del casco viejo de Vigo, pero de la generación de mi padre, les resultará más conocido si les hablo del Laurel, un mítico local de la década de 1970 y 1980.

Pedimos rápidamente porque cerraban la cocina a las 15,30. Dos entrecot, un risoto de boletus y un secreto ibérico. 

El primer fallo fue el servicio. No nos trajeron los platos a la vez, con lo que el único que comió caliente fue el último en ser servido. 

El entrecot, que ya venía cortado, tenía buena pinta, en su punto de sal, de hechura, o por lo menos en el que a mí me gusta, pero frío. En cuanto a la puesta en escena, es decir, en el plato, tampoco me chistó mucho una raquítica guarnición de unos cachitos de patatas asadas y medio pimiento morrón, así, puestos a chou. No hablamos de una carta barata y los platos deberían estar en consonancia. En cuanto a sabor la carne estaba estupenda. La ración de rissoto, que tomaba uno de mis amigos me pareció un poco justa. Ya se sabe que el arroz se digiere enseguida.

En términos generales, Calma Chicha es un establecimiento cómodo, con un patio-terraza que da mucho juego en días de buen tiempo. A las guarniciones deberían de darle una pensada, no están a la altura del precio y coordinar mejor el servicio.

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