LA REVISTA

El hombre más afortunado de la Historia

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Cumplir todos los deseos, tener una vida feliz y pasar a la historia tras haber hecho un gran descubrimiento, dejando un legado que gana peso con el paso del tiempo

La definición de “El hombre más afortunado de la historia” la dio un grande, el periodista italiano e historiador Indro Montanelli, quien no le fue a la zaga en cuanto a vida intensa. Schliemann nació en Prusia hace casi 200 años y desde muy pequeño se obsesionó con el mundo griego tras leer la “Iliada” y convencerse de que gran parte de lo que se contaba era cierto. Entonces se consideraba un puro mito, pero el germano tenía una enorme fe, aunque no medios.

Así que lo primero que hizo fue convertirse en un hombre rico. Primero trabajó como tendero pero tras un accidente decidió cambiar de ocupación. Emigró hacia Venezuela, y su barco naufragó ante Holanda, salvándose en un bote. Se instaló en Amsterdam y poco después empezó a trabajar en una oficina comercial y a estudiar idiomas. A los 22 años dominaba siete lenguas y fue enviado a Rusia, donde abrió una oficina de reventa de polvo de oro. A los 30 años ya tenía una enorme fortuna. Pero no era suficiente. Se casó, tuvo tres hijos, se divorció; a los 33 años ya hablaba 15 idiomas y seguía dándole vueltas a su idea. Convencido de que necesitaba más dinero, se marchó a California, y la fortuna siguió sonriéndolo: heredó una concesión minera y ya por fin se hizo millonario.

Era su momento. Se marchó a París a estudiar Ciencias de la Antigüedad y Lenguas Orientales  y vio que ya estaba preparado. Con mentalidad prusiaca y una fe sin límites se marchó a Turquía, donde el cónsul británico era titular de la mitad de la colina de Hisarlik. Allí tenía que estar Troya. Pero antes debía casarse de nuevo, con una griega de pura estirpe que le encontró un pope ortodoxo. Se llamaba Sofía y tenía 17 años, pero cumplía las condiciones. A sus 47 años, con su  nueva esposa helena, el título recién adquirido de doctor en Arqueología y el libro de Homero bajo el brazo se fue en busca de la Troya perdida. Los puristas se reían, pero él lo tenía claro. Con Sofía tuvo dos hijos, a los que puso de nombre Agamenón y Andrómaca, nombres del jefe de la expedición griega en Troya y de la esposa del héroe troyano Héctor…

Comenzó a excavar y a encontrar estratos y más estratos de varias ciudades, y en 1873 una colección de objetos y joyas de oro que llamó con innegable ojo comercial “El Tesoro de Priamo”, el legendario rey de Ilión. No lo era ni podía ser: se trataba de un hallazgo que se correspondía con una ciudad muy anterior a la Troya homérica. Pero “vendía”  muy bien.

Tras asentar los restos de la supuesta Troya se fue en busca de Micenas, la cuna de Agamenón. Se conocía la localización de la Puerta de los Leones y la Tumba de Atreo. Si en Troya usó a Homero, para dar con la Micenas épica utilizó el libro de viajes de Pausanias. Y también hizo un gran descubrimiento, una máscara mortuoria que denominó “Máscara de Agamenón” con el mismo ojo para el marketing. Y que tampoco se correspondía con el rey micénico, sino con un hombre que había vivido cientos de años antes.

Con los deberes hechos en el otro lado del relato de Homero, quiso ir a Creta a buscar el laberinto y el minotauro, pero tuvo que regresar a Troya a excavar. Antes le dio una serie de consejos a su amigo Arthur Evans, que en efecto daría con el palacio de Cnossos, que hoy se considera el auténtico laberinto (de hecho, la palabra procede del griego Labrys, que significa Hacha Doble, las que decoran las laberínticas estancias del ya no tan legendario rey  Minos…)

De vuelta a la excavación principal, Schliemann, que después de todo era un buen arqueólogo, se dio cuenta de que el tesoro hallado no podría ser de la Troya homérica, sino de una anterior, llamada ahora Troya II. Creyó que la correcta se correspondía con el estrato Troya VI. Y se volvió a Atenas, rico, famoso, con una esposa joven y el reconocimiento mundial. Que no decaería tras su fallecimiento, en 1890. Al contrario. Las sucesivas expediciones –la mayoría alemanas- han confirmado que el lugar elegido por el “tendero prusiano” se corresponde con la Ilión de Homero. Ahora se cree que puede ser Troya VII, donde se encontraron restos de una ciudad quemada, de flechas y de un largo sitio. Y además, ya se sabe que era mucho mayor que la pequeña ciudadela hallada inicialmente. Y que hubo un ejército griego –se han hallado cascos como los que se describen en la “Iliada”- acampado donde habían dicho Homero y Schliemann. Hay incluso una reproducción del caballo ante una parte de la muralla que se cree corresponde con las Puertas Esceas, donde combatieron Héctor y Aquiles, a los que el tenaz prusiano trajo de vuelta a la vida real…

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