LA REVISTA

Tamara de Lempicka, cómo pintar la seducción

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photo_camera "La tunique rose", 1927.

Su pintura es elegante, en pocos colores y aplanadas figuras, con un potente claroscuro de inspiración neoclásica.

Su biografía no alumbra un ápice de verdad, ni era polaca, como decía, ni su fecha de nacimiento, la que decía, 1898, que, en realidad pudiera ser 1895, se sumaba o restaba años como quien se alista a la confusión. Tampoco su sexualidad encerraba un enunciado único. De madre polaca y acaudalado padre ruso de origen judío, se casó, en 1916, con el abogado polaco Tadeusz Lempicki, en San Petersburgo, anclados al lujo hasta que la Revolución de Octubre se cruzó por el medio. Él recaló en la cárcel. Ella fue quien de librarlo, merced a la intercesión del cónsul sueco, quien se cobró el tributo en la cama. Suecia fue estación de paso camino de París, el matrimonio muy empobrecido, añora un pasado de esplendor. En aquella vuelta a empezar Tamara se aferra a la pintura y a los amantes, entregados al oficio de modelos y a la vista de todos, marido incluído. La joven es ambiciosa, fría como el témpano, con un poso de vanidad y el ansia en recuperar el nivel de vida perdida. Kizette, su hija, es testigo de todo; mientras la chica duerme, la madre vagabundea por la noche parisina a orillas del Sena y a caballo del sexo y el alcohol que le destemplan el ánimo, a su regreso su entrega a los pinceles será mayúscula como quien desea supurar las heridas de su otro infierno.

Su pintura es elegante, en pocos colores y aplanadas figuras, con un potente claroscuro de inspiración neoclásica. Su universo es propio pero sus fantasías se acercan a Ingres, a Boticelli, y siempre con una sensualidad a flor de piel donde los cuerpos semejan etéreos entre vestimentas flotantes. Su elenco de amistades, su apego al lujo, la hacen insaciable en la búsqueda de un glamour que toda su obra contiene. Se convierte en una pintora de éxito en medio del frenesí parisino de los años 20. No duda en utilizar a sus amistades, Cocteau, Chanel, en particular D'Annuzio para medrar artísticamente.

Se separa, y se une al barón Kuffner, un gran coleccionista de su obra que le asegura una vida de lujo. Al estallar la guerra se establecen en Estados Unidos, en Beverly Hills, donde alcanza fama entre la burguesía. Las modas eclipsan su escultural pintura, tampoco su pintura a partir de los 40 estará a la altura. Ella no pierde un ápice de su vanidad y apego. Es redescubierta no pocas veces, y hoy, una pintora imprescindible.

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