LITERATURA

Tiempo de leer

Éste será nuestro pequeño y amistoso Muro de Berlín. Adolescentes conscientes de su sexualidad a un lado (Alemania Occidental), niños de seis años al otro (Europa Comunista)

“Estoy tumbada en la cama, al lado de mi hermano Lupin.
Él tiene seis años y está dormido.
Yo tengo catorce. Estoy despierta. Me estoy masturbando.
Miro a mi hermano y pienso, con dignidad: “Esto es lo que querría él. Querría que yo fuera feliz”
Porque mi hermano me quiere. A él no le gusta que esté estresada (…)”.

Así empieza, ni más ni menos, el libro “Cómo se hace una chica” de Caitlin Moran. Si por casualidad leen alguna vez esta columna y si, por casualidad de casualidades, leyeron la titulada “Dunham y Moran”, dirán que me repito al contarles que esta Caitlin Moran es una bestia parda y que es divertida y lúcida a no poder más. El libro está lleno de ese tipo de pensamientos que cualquiera tiene pero que, si piensas en decir en voz alta fuera de un reducidísimo petit comité, sientes de pronto como si tu vestido se alargara, la parte trasera se abombara alrededor del culo y un ridículo sombrerito se instalara en tu cabeza para mandarte directamente a la Inglaterra victoriana donde – ¡oh my god! – las mujeres no deben hablar de las cosas que les pasan o que piensan.

En realidad estoy solo en el primer capítulo del libro y estoy por cancelar mi vida social hasta que lo termine. Y lo primero que me está impidiendo leerlo es acabar esta columna. Así que, con toda tranquilidad, les cortapego el fragmento siguiente al que les citaba arriba, y que disfruten con su lectura.

“Y yo también le quiero; pero no debo pensar en él mientras me masturbo. Eso no está bien. No puedo permitir que mis hermanos se paseen por mi territorio sexual. Puede que esta noche compartamos la cama (él se ha levantado de su litera a medianoche, llorando, y se ha acostado a mi lado), pero no podemos compartir el territorio sexual. Mi hermano tiene que salir de mi conciencia.

- Esto tengo que hacerlo sola – le digo mentalmente, con firmeza, y pongo una almohada entre los dos para tener más intimidad. Éste será nuestro pequeño y amistoso Muro de Berlín. Adolescentes conscientes de su sexualidad a un lado (Alemania Occidental), niños de seis años al otro (Europa Comunista). Hay que mantener esa separación. Es lo correcto.”

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