Dentro del calendario estival, las fiestas de la Magdalena eran aguardadas con ilusión por los ribadavienses de antaño.
Aunque la parroquia contaba también con las celebradas en honor del glorioso san Roque, eran las dedicadas a la patrona tutelar de la iglesia, las de más enjundia en este populoso barrio.
El templo actual que en su mayoría es de el s. XVIII, tras sustituir a una construcción románica, es el más joven de los de la Villa. Hoy desafecto de culto, ejerció a lo largo de los tiempos la tutela espiritual junto con la plaza homónima, en la Calle Central, hoy Merelles Caula, la Plaza Mayor, Calle Ancha y Los Cubetes, actualmente Tomás de Lemos, quedando asimismo bajo su jurisdicción tras el proceso desamortizador, la iglesia de santo Domingo y las capillas del Portal y san Lázaro. Además estaba en sus dominios eclesiásticos el nuevo cementerio, ubicado en la viña expropiada a d. José Boán, por lo que para diferenciarlo del primitivo de la Oliveira, entonces todavía operativo, fue conocido en sus primeros años como A de Boán.
La prensa local documenta los festejos desde comienzos del pasado siglo, informando que las concurridas fiestas estuvieron amenizadas por una sección de La Lira. Testimonios personales de vecinos de La Puerta Nueva, de toda la vida, hablan de concursos de jotas y muiñeiras, del arroz con leche como postre típico el día grande de la patrona y de los fuegos que se echaban desde el Murallón. También en alusión a la fecha, evocamos unas riquísimas manzanas, rojas y achatadas, que en las huertas urbanas de Ribadavia eran conocidas como las de santa Mª Magdalena, pues era por esos días cuando la fruta estaba en sazón.
Para costear los saraos se solía acudir al tema de las rifas, dando cuenta de ello nuestros semanarios. El hebdomadario Noticiero del Avia (1926) notifica: La colcha sorteada a beneficio de las fiestas de la Magdalena correspondió al nº 544, cuyo poseedor es el maestro albañil Luís González. A comienzos de los treinta el objeto de la rifa, que costaba 15 céntimos, fue un cordero cebado. Un año más tarde nos encontramos como mayordomos a Saturnino Gulín, Modesto Araujo y Antonio Cruces, en esa ocasión se sorteó un carnero y las fiestas resultaron memorables. La crónica de El Ribadaviense (1933) fue similar en lo tocante a dichas celebraciones: Las fiestas el 21 y 22 en el populoso y jaranero barrio de La Magdalena, en honor a la santa de este nombre resultaron muy animadas.
Donde convergen cuatro rúas
Por su situación junto a la Cruz, donde convergen cuatro rúas, es el epicentro de la zona intramuros y en el s. XIX su plaza albergó en la casa hoy propiedad de la familia Hermida (“Birrán”) el cuartel de la Guardia Civil. En su templo recibieron las aguas bautismales, entre otros muchos vecinos, el venerable fray Jacinto de Ribera, misionero agustino en Las Filipinas, y los hijos del Conde de Ribadavia nacidos en su palacio de la Plaza Mayor, en los primeros años del s. XVIII.
Don Leandro Rodríguez Arcos, natural de san Salvador de Arnoya, fue el último abad de La Magdalena en donde ejercía desde 1893 y el primer párroco de santo Domingo, tras la supresión de las antiguas parroquias.
La falta de culto fue amortiguando las devociones adscritas al templo, arrastrando en su declive las fiestas correspondientes. Se mantuvieron hasta los sesenta y una década más tarde un grupo de vecinos intentó revitalizarlas con orquesta, fuegos de artificio y juegos populares, pero sin alcanzar la continuidad deseada.
La fotografía de Conde que ilustra esta crónica, nos muestra a unas vecinas que a principios de los sesenta y de espaldas al Murallón, pero con el incomparable marco de La Foz como telón de fondo, posan en el Parque Robla el día de la Magdalena. De izquierda a derecha reconocemos nítidamente a unas jovencísimas Rita Mª García, Lula Lira, Conchita Losada, Consuelo Rodríguez y Fina Lorenzo, dispuestas a participar en el populoso y jaranero barrio en su fiesta más grande.
