Los últimos datos de la demografía ourensana revelan el clásico desajuste entre nacimientos y fallecimientos. En lo que va de año las defunciones superan en 775 a los nacimientos. Es decir, el movimiento natural de la población deja saldo negativo, aunque es evidente que la inmigración maquilla estos datos con la llegada de nuevos pobladores.
Pero, no nos engañemos, cada vez son menos las parejas en edad de gestar porque los jóvenes se siguen yendo y el número de hijos por mujer tampoco remonta. Estamos ante la tormenta perfecta, el círculo vicioso del que no hay forma de escapar a la luz de los datos que se conocen.
Hemos escuchado muchas estrategias para intentar contrarrestar esta deriva, pero por el momento ninguna está funcionando, salvo la de acoger a personas que llegan de otros países y encuentran aquí una tierra de oportunidades.
Por lo tanto, mejor que nos demos cuenta cuanto antes de que se pueden poner en marcha políticas de conciliación y estímulos a la natalidad pero cuando una pareja no quiere tener hijos, solo tiene uno o aplaza su decisión no hay nada que hacer. Absolutamente nada porque esa decisión es un ejemplo de máxima libertad.
