Confirmado: la serpiente hipnotiza

Una importancia muy relativa Una parte, solo una parte de los ourensanos, creen (creemos) que Ourense merece algo mejor en el timón de la ciudad, pero eso solo es una apreciación subjetiva. Al tomar un poco de distancia, la perspectiva es otra: a la mayoría de la gente se la bufa, como diría Pablo Iglesias, el papel o papelón que hace un tipo desnudo de credo tomando decisiones que se resumen en un “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, como preconizaba el Despotismo Ilustrado (dejémoslo en ágrafo en este caso). El día 18 de noviembre tuvo lugar una manifestación contra el statu quo gobernante pero la plataforma convocante, llamada SOS Ourense, se retiró rápidamente a casa. Lavó las pancartas, las puso a tender y luego las guardó en el armario a merced de la polilla. Unas 2.000 personas salieron a la calle a expresar una disconformidad con sordina en una ciudad de 105.000 habitantes. Hagamos un paralelismo: en O Barco salieron a la calle más de 4.000 personas exigiendo mejores dotaciones sanitarias. La población de la comarca, redondeando, puede estar en los 15.000 habitantes. Hagan cuentas. A finales del 2019 se manifestaron unas 20.000 personas en Verín contra el cierre de los paritorios del Hospital, una cifra que supera con mucho el censo de la localidad y parte del área de Monterrei. Son dos casos de epidermis social sensible, dos motivos tan importantes como la sanidad, porque con ella no se juega. En Ourense, Jácome no importa a nadie por lo que parece. No es una enfermedad, es un dolor de cabeza. Por lo tanto, para qué tomar La Bastilla entonces. A Ourense le llega con tomar la pastilla. Así vamos, empastillados. Se cobra siempre En la empresa privada un gestor pierde 1,4 millones de euros porque no entrega a tiempo los papeles para una subvención y paga su catetada con el despido. En la empresa que se sostiene con los impuestos y tiene a Jácome como gestor se lamina semejante cantidad de dinero de una subvención para las obras de la plaza de abastos y se le blinda su puesto de 68.000 euros hasta el 2023. El ciudadano que pasa estrecheces tarda un día en pagar tal tributo municipal y al día siguiente de vencido el plazo le caen los intereses de demora. En la institución de la incuria la soldada mensual nunca falla y se cobra puntual. Como el hipnotismo de la serpiente Vivimos en la ciudad bajo el hipnotismo de la serpiente. La leyenda dice que el reptil es capaz de anular la voluntad de sus víctimas segundos antes de papárselas. La pitón Kaa en El Libro de la Selva también intenta hipnotizar a Mowgli, aunque no lo consigue. Absortos en las añagazas del áspid municipal se nos van los asuntos importantes en palabrería de lenguas bífidas, como la de los seres que reptan. Todo se vuelve confuso de puro hipnotismo. El día en el que el presidente de la Diputación mandó redoblar tambores por haber conseguido que Ourense acoja el año que viene el Congreso Mundial de Turismo Termal su socio de la Praza Maior puso sordina a la trompetería demostrando que la cita congresual puede bordear el esperpento teniendo en cuenta que los visitantes se darán de bruces con el contrastado empeño que pone el personaje en destruir lo poco que queda. Estoy deseando ver cómo les hipnotiza cuando, como alcalde que es, enseñe a los visitantes la ciudad termal. Hipnotizados van a quedar, víctimas de serpiente. Una voladura poco controlada No es la política la que hace extraños compañeros de cama, sino el matrimonio, dijo Groucho Marx. El alcalde está en vísperas de entrar en nupcias y yacer de nuevo en la Diputación en sustitución de Miguel Caride, que dimitió de todo. Coincidiría allí de nuevo con Baltar, al que vilipendió en pretéritas circunstancias. Hacia allá va Jácome. Los echadores de cartas de la política ourensana se hacen cábalas ya sobre lo qué pasará: o volará la institución desde dentro o le nombrarán hijo adoptivo de la provincia. Al poner la lupa | Bombillas como en la Feria de Abril Solo era primavera cuando la anunciaba El Corte Inglés. Solo se podía brindar cuando las burbujas Freixenet chispeaban en el spot de la tele. No empezaba la Navidad hasta que Pepe Isbert, el abuelo de La Gran Familia, no suplicaba en la Plaza Mayor de Madrid que apareciese Chencho, su nieto, que se había perdido. Nada empezaba hasta que el calvo de la Lotería soplaba a la fortuna para diseminarla por toda España. Ahora no es Navidad hasta que lo dice Abel Caballero, incorporado al imaginario estético del diciembre interplanetario. El alcalde de Vigo acuñó una marca y, como a la Coca Cola, le salen imitadores por doquier. Tendrá bien ganado un sillón en el consejo de administración de una eléctrica cuando se vaya. Mientras, la competencia está en el oropel de la luz, en los destellos de bombillas cegadoras que nos impiden ver que a este otro alcalde le da lo mismo la Navidad que la Feria de Abril. Al menos por unos días no andamos a tientas. El portafotos Miguel Caride es abogado de profesión y político de frustración. Crédulo, que no es lo mismo que confiado, ha quedado como un pobre Ulises escuchando los cantos de sirena de su examigo el alcalde, que le sedujo hasta espetar su barco contra los acantilados. El jueves hizo saber que se iba, que dimitía, que no aguantaba más. Las bolsas, que abrieron a la baja cuando se conoció el relevo en Inditex, aguantaron la renuncia del ex de Democracia Orensana, con ser esta una noticia de consecuencias mucho más importantes. Caride se convirtió en el hijo de Saturno, devorado por un padre político que queda como el caníbal en el cuadro del Goya de la serie negra. Llegó a un gobierno acompañando a un grupo que venía a tomar posesión en el Concello de empatada tras una noche de excesos y risas. Se creyó que su seriedad y el haberse fajado profesionalmente en la abogacía le daba pasaporte para ser respetado. Sin embargo, su paso por el Concello acabó siendo un efímero espejismo, un ejemplo más del aserto del hábito y el monje. Caride se va para casa, de donde no debió salir para hacer lo que hizo y ser lo que fue. Como mucho quedará como el chófer del camión de la basura que permanece estropeado en la Praza Maior.