Dos carballiñeses acaban en el Juzgado después de una tardía relación homosexual

Dos hombres y un idilio a los 60

Hay un matrimonio. Él se acerca a los 70 años, ella también. Un día se incorpora un amante al consorcio. Ahora son tres.
Concello de Carballiño. Dos hombres. Uno se acerca a los setenta años, el otro ha dejado atrás los sesenta. Aquél está casado, éste ya no. Un buen día comienzan una relación discreta. Las cosas van bien hasta que empiezan a ir mal y el idilio se acaba. A partir de entonces, hay desencuentros, amenazas y denuncias. Las citas ya son en los juzgados. Este lunes debían ver sus caras una vez más con un juez por el medio. Pero lo que iba mal se matizó. Las partes alcanzaron un acuerdo para no llegar a juicio.
Hay un pueblo. Es una pequeña aldea, familiar, con los vecinos contados, en una parroquia de Carballiño. Se trata de uno de esos lugares en los que todo se sabe, y si no se sabe se intuye. Hay un matrimonio. Él (con las iniciales A.H.) se acerca a los setenta años, ella también es sexagenaria. Poco a poco, discretamente, un amante se incorpora al consorcio. La tónica de la Humanidad. Ahora son tres, una especie de denso, multitudinario matrimonio, que funciona en varias direcciones.

Nada fue planeado a conciencia, todo brotó por fuerza espontánea. El marido se sintió atraído por un vecino (M.A.) de la misma generación, apenas ocho años más joven, y ni el uno ni el otro lo pensaron ocho veces: emprendieron una conmovedora aventura con esas energías desconocidas que un buen día uno descubre ocultas al traspasar los sesenta.

Lo bello no iba a ser, dando la razón a Rilke, más que el comienzo de lo terrible. Aquel idilio no estaba destinado a ser eterno, aunque sí intenso. Tampoco estaba llamado a ser secreto. Daría que hablar, porque lo que no se sabe ni se intuye, se adivina. La pasión del principio, las experiencias inéditas, la novedad, en fin, mutó como un virus, emergieron los desencuentros, las riñas, las voces levantadas, y donde hubo atracción apareció el aborrecimiento. Otra tónica dominante de la Humanidad: al principio bien, al final horrible.

Visitas al juzgado

Algo se torció, algo falló, todo se desmoronaba como en el mejor cine de catástrofes. Se había acabado la vida en rosa, y las citas entre los amantes comenzaron a producirse no tanto a escondidas como en los juzgados de Carballiño, a la vista.

En el primer juicio de faltas en el que se ven las caras M.A. y A.H., desfilaron como testigos los vecinos, los familiares, y el relato abarcó todos los capítulos, incluido el de las prácticas sexuales que los hombres ensayaron mientras la mecha, que ardía sosegadamente, no llegó a la carga explosiva. Ese día trascendieron los detalles que antes no había sido posible adivinar.

Su señoría dictó orden de alejamiento. Una medida, para estos casos, de libro. Pero ‘en las relaciones amorosas’, advirtió Juan Carlos Onetti, ‘siempre hay al menos uno que es sordo. Generalmente son los dos’. Así que no valió de nada el mandato para que se evitasen. En algún otro sitio debía estar escrito que los ex amantes tenían que seguir chocando.

En lo sucesivo M.A. se sintió perseguido, amenazado, y cursó una nueva denuncia. Este lunes, al colocarse el sol en posición de mediodía, debía celebrarse un segundo juicio de faltas en el número dos de Carballiño. Se preveía que las hubiese gordas, duras, una vez que habían encontrado en la justicia eso que Baudelaire llamó el frenesí diario, el estímulo de los días anodinos. ¿Por qué gordas? Porque el denunciante (M.A.), que sólo deseaba ‘vivir en libertad y tranquilo’, aducía que A.H. lo perseguía por Ourense, por Carballiño, como una sombra. En su versión no sólo lo perseguía, lo insultaba, lo amenazaba. Un día lo hizo incluso con atropellarlo con el tractor. ‘Uno de los dos tiene que desaparecer’, añadía, recu perando lo mejor del cine western. La provincia parecía de pronto demasiado pequeña para los dos.

Llamadas desde cabinas telefónicas y bares, humillaciones públicas, completaban el panorama descrito por el denunciante antes de entrar a la sala de vistas el pasado lunes. Pero algo cambió. No hubo juicio. ¿Qué pasó? No fue necesario. Lo imprevisto a veces es posible. Los abogados, las partes frente a frente, y la mediación del juez y el ministerio fiscal evitaron engordar con más capítulos la historia de los ayer amantes, hoy enemigos. Se impuso la paz de los entendimientos tomados con hilos.

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