Marta Díaz Fernández, generosidad vocacional

La melisa, limoncillo, menta melisa, hoja de limón o toronjil es una hierba perenne de la familia de las lamiaseis, nativa del sur de Europa y de la región mediterránea. Apreciada por su fuerte aroma a limón, se utiliza en infusión como tranquilizante natural, calma los trastornos y actúa como un sedante que reduce la ansiedad y el nerviosismo, es buena para el asma y ayuda a bajar la fiebre y eliminar sustancias tóxicas; tiene propiedades para aliviar o curar algunas patologías o malestares físicos o anímicos. Marta Díaz Fernández, que nació en un cálido agosto, es como la melisa, tranquilizante, sedante y además de eliminar aquello que le parece tóxico, tiene facultades para aliviar algunas patologías o malestares físicos y anímicos. Después de formarse como higienista dental, y obedeciendo a su conciencia en pro de ayudar a los demás, decidió estudiar técnico en cuidados auxiliares de enfermería, lo que le ha incluido en ese providencial grupo de mujeres y hombres que de forma valiente y generosa forman un ejemplar y valiente ejercito de salvación al que todos los ciudadanos les deberemos eterna gratitud. Por eso Marta, por su ilusionante juventud y madurez humana, es mi personaje de hoy, como un tributo y humilde contribución de agradecimiento a ese colectivo. Hija de Mercedes y Suso, y pareja de Javier, es de carácter alegre en lo intrascendente y seria en lo esencial, deportista practicante de atletismo y fútbol, le encanta el marisco y la merluza. Su color preferido es el azul. Es impetuosa pero muy organizada en todo lo fundamental, sincera, solidaria. En una carrera de atletismo, en el Salnés y con opción a medalla, se paró hasta ver que su compañera de equipo estaba bien, pues le pareció que le costaba respirar. A Marta le molesta la injusticia, es muy reivindicativa (tiene a quien salir) y su manía es que cuando se descalza siempre deja los zapatos al revés. Me trae a la memoria a Antonia Laura Thomas, actriz coestelar en la serie “The Good Doctor”, donde interpreta a Claire, una joven doctora en la que su entrega va mas allá de su estricta obligación profesional, empatizando en ocasiones con la parte mas humana de sus pacientes para poder ayudarles, sentir y sufrir con ellos. A Marta vagamente la recuerdo de niña, era muy sutil y avispilla, siempre al lado de su madre Mercedes. Se entretenía ella sola, no era niña de ruidos y sí de elocuentes silencios, muy ordenada y con especial atención a la lectura. Si la veo hoy no la conozco, pero me llamó la atención una fotografía suya en una UCI, y sentí su proximidad, la de una niña que creció y como tantas otras decidió ejercer una profesión nada cómoda y sí muy necesaria para los ciudadanos y una comunidad que no siempre hemos valorado suficientemente la abnegación, el esfuerzo y el sacrificio que muy repetidamente han demostrado por nosotros y que en estos tiempos, y en los venideros, todos deseamos sean ampliamente reconocidos. A Marta Díaz Fernández, y a todos los sanitarios: ¡gracias por todo!