Hay varios motivos para beber

El alcohol bueno y el alcohol malo No hay sacerdotisas que preparen estas bacanales, las fiestas en honor a Baco, el dios del vino. Todo ahora es mucho más vulgar. Aquellas citas para honrar a la divinidad se celebraban medio de tapadillo entre la primera luna de enero y la primera de marzo. Ahora, bajo todas las lunas, casi a plena luz del día. A beber se aprende bebiendo desde la decrépita Roma hasta el pasado fin de semana en el botellón de As Mercedes. Un compañero de profesión, de labios amoratados, rostro venoso y dedos amarillentos por el cigarro, confesó que si no trasegaba no le salía el artículo. Envasaba de cuidado y escribía como solo lo hacen los lúcidos, pero solo se podía hablar con él cuando entregaba los folios, antes era un pelele. Decía que bebía para pillar "el punto" y coger al vuelo la inspiración. La disculpa clásica de una melopea ha sido la de beber para olvidar pero en los botellones da la sensación de que la peña bebe para recordar e intentar aclararse qué pinta en todo esto que se llama mundo. Nunca para escribir bien. A las quedadas de botellón les damos candela públicamente, exigimos que respeten el descanso ajeno, que no dejen el parque hecho una guarrada e incluso esperamos que la Policía haga de papá y mamá. Y, claro, hacemos el Fernando Simón y recordamos que estamos aún de pandemia, que menudo botellón es ese. Qué escándalo, los chicos están bebiendo en la calle, que asco esto del botellón. Sin embargo, si envasan en la misma calle pero el alcohol fue vendido en el pub, entonces el pecado es menor, aunque el ruido sea el mismo, el desfase idéntico y la falta de respeto al prójimo la de siempre. Llevamos décadas de bebercio en la calle las noches de los fines de semana. El problema no es solo el botellón de As Mercedes o de cualquier otro sitio, sino de que si no se empina el codo no se normaliza la socialización de fin de semana. Ya no se bebe para honrar a ningún dios, menos a Baco. Tampoco para escribir bien. Lo que importas, lo que importamos Había solo un agente de la Policía Local patrullando una ciudad de 105.000 habitantes y a fuer de ser mordaces, en esta ciudad autogestionada hasta no echamos de menos la ausencia de uniformados. Un día vamos a dejar de ver a Jácome y a toda la corporación y tampoco nos vamos a enterar hasta que huelan. Si en otro ayuntamiento de cualquier otra ciudad un solo agente atendiese las eventualidades de toda una ciudad el escándalo sería mayúsculo y habría corrillos y tertulias en todos los medios. Pero ha pasado en Ourense, la ciudad de Mortadelo y Filemón donde su argumento ya no interesa ni a la revista El Jueves. El alcalde de Granada dejó estos días el cargo porque consideró que era imposible hacerlo con solo uno o dos concejales y aquí en Ourense sus ciudadanos seguimos de cobayas, intentando saber si algún día nos puede gobernar un holograma. Las radios dedicaron sus buenos minutos a calificar la situación del ayuntamiento granadino, pero de la ciudad de As Burgas no dicen ni pío, quizá porque el desvarío es tan habitual que ha dejado de ser noticia. Ya no tiene recorrido que el alcalde expulse a dos concejales del pleno, tampoco que vocifere, que ningunee a sus socios de gobierno que han regresado raudos al reparto de las sinecuras. A esta ciudad y a parte de sus jóvenes valores ya solo le compensa el botellón. Y, bien mirado, no sé qué pintamos serenos. Remando como se hacía en Ben Hur No brindaron por el pacto de las pensiones Gobierno, empresarios y sindicatos pero tenían todos la naricilla colorada de felicidad. Formalmente lo dejaron en una firma sobre la mesa de las grandes celebraciones. En síntesis todo se queda en un el que se quiera quedar un rato más en la fiesta después de los 65 tendrá barra libre y el que se quiera pirar antes a Benidorm deberá hacerlo a dedo. Luego vino el ministro Escrivá, con la llave de la caja, a decir que calderilla para los nacidos en la década de los 60, nueve millones de almas en España. Los mismos días la prensa deslizaba nuevos acuerdos en la banca para que se prejubilasen (un eufemismo) miles de personas más no con 65, apenas con diez años menos. El ministro dijo luego que había tenido un mal día, que quería desmentirse. O explican muy bien qué quieren hacer con el sistema o este gobierno de izquierda, paladín de los derechos sociales y el estado del bienestar pasará a la historia por poner a una generación como a Charlton Heston en Ben Hur, remando hasta la extenuación al ritmo de un tambor. La caja de las pensiones tiene telarañas, nos dicen, que no es sostenible mantener el gasto actual y futuro de las prestaciones, que hay que cortar por lo sano. Ya verán como a estos magos se le ocurre algo. No están las cosas como para que nueve millones de futuros pensionistas muevan el voto. Es lo único que les importa. Al poner la lupa: ¿Alguien con paracetamol en la sala? Cuando todo es adverso la cabeza coge tal peso que no se sostiene, hay que poner la palma de la mano en la frente para sujetarla. De lo contrario, caería exhausta. Es lo que hace el secretario del Concello de Ourense, en la imagen, tomada en el último pleno. Si se la sujetase por la barbilla hasta podría pasar por El Pensador, de Rodin, que representa la capacidad de reflexionar. Pero así vista la imagen del secretario solo representa una cefalea del copón por tener que aguantar a semejante tropa. Tómese un paracetamol, señor funcionario. O échese a la bebida. El portafotos María Barrera es la jefa de la Policía Local de Ourense, un cuerpo de seguridad que esta semana fue noticia porque durante unas horas había un solo agente de servicio a pie de obra en vez de los once necesarios. Unos de baja, otros porque le hizo pupa la vacuna, lo cierto es que en las oficinas de las dependencias policiales se oía el eco de las pisadas de los escasos funcionarios que estaban en el tajo. Barrera exculpó su responsabilidad sobre el desaguisado y la culpa sobrevoló por toda la ciudad sin que se posase en lugar alguno. Qué buen vasallo si hubiese buen señor, ya desde el Cantar de Mio Cid. No debe ser fácil gestionar un grupo de uniformados que trabajan en situaciones complejas, algunos con demasiados espolones y la piel del caimán. Tampoco debe ser fácil hacerse respetar ante una ciudad que tiene a un alcalde que tilda a los policías de mafiosos. María Barrera ironizó estos días sobre la organización del servicio, como dando a entender que el entrenador juega con la plantilla que le dan y el sistema vigente. Luego, sobre el caso, profetizó el concejal Telmo Ucha con más ganas de desmentir a La Región que a la verdad. Pifió en ambos propósitos, como es costumbre. Pero eso no es culpa de la jefa de la policía, se limita a soportarlo todo.