Las 80 victorias del Barón Rojo se debieron a su cautela, según su biógrafo

La cautela fue una de las claves de las ochenta victorias que logró Manfred Von Richthofen, conocido como el Barón Rojo, y su principal virtud como piloto de guerra, según Eduardo Caamaño, autor de la biografía del que todavía es considerado el mayor as de la aviación militar.

La cautela fue una de las claves de las ochenta victorias que logró Manfred Von Richthofen, conocido como el Barón Rojo, y su principal virtud como piloto de guerra, según ha dicho a Efe Eduardo Caamaño, autor de la biografía del que todavía es considerado el mayor as de la aviación militar.

Publicada en coincidencia con el centenario de la Primera Guerra Mundial, esta biografía destaca la "madurez muy temprana" de Richthofen, quien empezó a volar con 23 años y murió volando al recibir un disparo a los 25, y "su sentido del deber", debido a su educación prusiana en una escuela de cadetes, según Eduardo Caamaño (Río de Janeiro, 1972).

"Fue un hombre muy pragmático, muy consciente de que tenía que derribar al enemigo y volver vivo; nunca actuó de manera suicida o demasiado arriesgada, quería acabar la guerra vivo, como demuestra su relación familiar intensa, sobre todo con su madre", ha asegurado el autor de esta biografía que lleva por título el nombre y el sobrenombre del mítico aviador.

La biografía de Caamaño por primera vez publica en español los partes de vuelo que escribió el Barón Rojo y que se corresponden con las misiones en que cosechó las ochenta victorias que lo convirtieron en un mito de la aviación.

También incluye, por vez primera en español, los informes de las dos autopsias que le efectuaron médicos británicos.

Paradójicamente, ha señalado Caamaño, fue una inexplicable falta de cautela la que le costó la vida el 21 de abril de 1918, medio año antes de que concluyera la guerra, ya que aquel día sobrevoló suelo aliado con fuerte presencia de artillería enemiga a baja altura.

Caamaño ha revisado las tres teorías que tratan de explicar aquella acción al enfrentarse a una escuadrilla británica: Que se desorientara por las secuelas de un disparo que con anterioridad había recibido en la cabeza, que el brusco cambio de viento de aquella jornada lo desviara o que, al volar tan bajo, perdiera campo de visión y se desorientara.

Lo cierto es que fue objeto de varias ráfagas desde tierra y desde el aire, aunque Caamaño duda de que el disparo mortal que recibió partiera de un avión británico, que es la explicación oficial, ya que la herida le dejó muy poco tiempo de vida y Richthofen siguió volando varios minutos tras el encuentro con el avión británico.

Richthofen "fue una persona muy reservada que cultivaba la amistad y la fomentaba entre los pilotos de su grupo", a quienes trataba de inculcar su extremada prudencia, lo cual, según el biógrafo, no era fácil entre jóvenes de 18 años.

La biografía detalla las ochenta victorias del Barón Rojo, en una época en que un buen piloto lograba entre ocho y diez, entre ellas el derribo del as de la aviación británica, Lanoe Hawker, que fue una de las primeras que consiguió.

Caamaño echa por tierra en su biografía la mítica caballerosidad que se le supuso a los primeros aviadores: "Allí subían para batir enemigos y derribar aviones, con la idea de acabar cuanto antes una guerra que se hacía interminable".

Sí forma parte de la historia la ocurrencia que le valió el sobrenombre de Barón Rojo, la de pintar de rojo su triplano una vez que el mando militar desistió de encontrar una pintura de camuflaje para los aparatos y él pensó hacer lo contrario, pintarlo para que se viera más y que los enemigos novatos, al divisarlo, no se acercaran -un rasgo de caballerosidad, al fin y al cabo-.

Además de valor y pericia, Caamaño atribuye a Richtofen y a tantos pioneros de la aviación de guerra un sentido intuitivo, ya que al inicio de la contienda la aviación ni siquiera era un arma, y fue despreciada por generales de ambos bandos, además de que los aviones eran de madera y tela.

Y determinación, ya que Richthofen, oficial de caballería que comprobó al iniciarse la guerra que su arma había quedado relegada por la artillería y las ametralladoras, pidió el cambio a la naciente aviación comunicando por carta a sus superiores: "No he venido a la guerra para recoger huevos y queso". 

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