ADIÓS A UN MITO

El cine se apaga en La Pagode, sala mítica de la "Nouvelle Vague"

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photo_camera Sala japonesa de La Pagode.

Los leones de piedra ya no custodian el celuloide, ni visitante alguno atraviesa el plácido jardín zen de La Pagode, templo parisiense del séptimo arte, desde su última sesión hace más de un mes

Los leones de piedra ya no custodian el celuloide, ni visitante alguno atraviesa el plácido jardín zen de La Pagode, templo parisiense del séptimo arte, desde su última sesión hace más de un mes.

Transeúntes y vecinos ojean la entrada de esta construcción con aspecto de pagoda y ajadas tejas rojas cubiertas por una malla, cerrada a raíz de una larga batalla judicial entre los gerentes y los propietarios, que en 2012 no quisieron renovarles el contrato.

Una sentencia de finales del pasado octubre obligó a la compañía Étoile Cinéma, que dirige la sala desde principios de siglo, a abandonar el lugar y pagar una indemnización de 240.000 euros (260.000 dólares).

Elisabeth Dauchy, dueña de la sala desde 1986, acusa a la empresa de no abonar en los últimos tres años el canon de explotación, que no ha aumentado desde el inicio del contrato, mientras que David Henochsberg, director de Étoile Cinéma, asegura a EFE haber pagado "siempre".

Construido en 1896, en pleno auge del japonismo, el edificio fue el regalo de boda de François Émile Morin, director de los grandes almacenes parisienses Le Bon Marché, a su prometida, Suzanne Kelsen.

A pesar de la fastuosa dádiva, Kelsen abandonó pocos meses después a su marido para casarse con el socio de este, Joseph Plassard.

Tras la muerte de Kelsen, Plassard conservó La Pagode, donde celebró el ágape de sus nupcias con Antoinette Mougel en 1925.

"Esa fue la última recepción familiar en La Pagode", expresa a EFE tras mostrar un retrato de boda de la pareja su nieto, François Gibault, especialista en Céline y abogado de clientes célebres como el dictador libio Muamar el Gadafi.

Sagaz y resuelto a sus 83 años, Gibault recuerda los ornamentos orientales que se acumulaban en la casa familiar. "Nos disfrazábamos y jugábamos entre farolillos y muebles chinos", detalla.

Su abuelo, maltrecho por el crack de 1929, cedió el alquiler del edificio, que a partir de 1931 se convirtió en cine sonoro, y desde mediados de los 50 en refugio de la cinefilia bajo la batuta de Yvonne Décaris.

Escogida por Jean Cocteau para estrenar su "Testamento de Orfeo" en 1959, a lo largo de la década siguiente conoció su época dorada como santuario de la "Nouvelle Vague" con títulos de François Truffaut y Éric Rohmer.

En 1972, el cineasta Louis Malle reformó la sala y erigió un salón de té en el exótico jardín, pero en 1997 volvió a caer el telón por falta de restauración.

Concluidas las obras, La Pagoda reabrió con "In the mood for love", del director chino Wong Kar-wai. Pero 15 años después, la cuestión de la renovación resurge, pues ambas partes se reprochan entre sí haber impedido nuevas reparaciones en el edificio, declarado monumento histórico en 1990.

"La propietaria ha rechazado todos los proyectos que le hemos presentado en los últimos años, financiados en parte por las instituciones públicas", defendió Henochsberg, mientras Dauchy, que rechazó hablar con EFE, le culpó en un comunicado de "no cumplir con su obligación de mantener en buen estado" la sala.

Tras la expulsión de sus inquilinos, La Pagode deberá atravesar nuevas reformas antes de volver a abrir sus puertas, cuya duración o coste Dauchy asegura no poder precisar.

Aunque garantiza que "seguirá siendo un lugar de alta cultura", no concreta si el único gran cine del distrito VII de la capital francesa seguirá reservado a la cinematografía o ampliará su actividad a otras artes.

Según el diario francés "Le Monde", desde su cierre los pretendientes se agolpan para adquirir La Pagoda, cuyo precio podría alcanzar los 30 millones de euros (unos 32,5 millones de dólares).

Mientras, en el interior de la sala, tras la alfombra roja, los carteles de los últimos filmes recuerdan todavía el cine que fue.

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