La eterna calma de San Cristovo

Una docena de viviendas de gran calidad con piscina, cantina y hasta iglesia, formaron una localidad levantada de la nada en las proximidades del río Navea para dar albergue a los trabajadores de la central hidroeléctrica y sus familias.


La grandeza y complejidad de la construcción de las presas requería de una elevada cantidad de trabajadores y estas obras se llevaban a cabo lejos de las villas, siendo necesaria la creación de poblados para cobijar a los empleados.

En las proximidades del río Navea, en un emplazamiento único, se encuentra uno de estos poblados, el de San Cristovo, en Chandrexa de Queixa, uno de los pueblos abandonados que mejor conserva su estructura. El lugar, a pesar de su actual abandono, es un fuerte atractivo turístico, sorprendiendo al visitante por el enclave natural en el que fue construido.

Esta gran urbanización abría sus puertas, de manos de Saltos del Sil, alrededor de 1951 con todo lujo de instalaciones. El pueblo crecía en medio de la nada, rodeado de zonas arboladas, y se mantenía lleno de vida hasta casi treinta años después, cuando por el año 1978 el traslado de los trabajadores hizo que el poblado quedara abandonado. José Pérez, vecino de Acevedo, pequeña aldea de Chandrexa, recuerda a sus 80 años la construcción de aquel poblado: “Fomos todos os veciños da contorna á inauguración, non se collía na explanada da igrexa”. El poblado se convertía en un hito para todas las aldeas de alrededor. “Non lle faltaba de nada, tiña ata economato, enfermería e mesmo escola”, revive Clara Diéguez, la mujer de José, que veía como una ciudad aquel lugar. Hasta los gallineros parecían la Moraleja para esas gallinas.

Las 12 viviendas de piedra todavía siguieron en su esplendor sirviendo de zona de veraneo para los trabajadores de Iberduero en los 80. En los duros inviernos permanecían vacías, pero vecinos de pueblos cercanos recuerdan cómo mantenían igualmente las instalaciones en perfecto uso. “Eu lembro ir alí no verán sendo nena e pedirlle que nos deixaran bañar na piscina”, dice Raquel Pérez al recordar la época en la que se llenaba de familias en verano el poblado.

Entrados los 90, esas cuidadas instalaciones llegaron al declive pasando a ser objetivo de los vándalos. Vecinos de las aldeas cercanas recuerdan cómo al pasar por allí se veían ventanas rotas, con el repelús de ver las camas todavía hechas. Poco a poco, saquearon cada una de ellas, arrancando hasta las cañerías de hierro y cobre. Su iglesia no pasaba desapercibida y la campana también desaparecía.

En la actualidad, cualquier visita al poblado llama la atención porque impera el silencio, tan solo roto por el cantar de los pájaros o el baile de las ramas de los árboles. Las pinturas en las intactas fachadas de las viviendas, los tejados venidos abajo y los azulejos levantados del suelo de la piscina marcan la soledad y el aspecto desolador del lugar, como si hubiera sufrido un conflicto bélico, algo que impresiona.

Desde la primera década del presente siglo, este poblado de San Cristovo, que nacía con la revolución eléctrica de la comarca trivesa, pasó a pertenecer al concello queixalao.

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