Café y Alzheimer: remedio milagroso

Gracias a agosto, y a que quienes de ordinario copan la atención mediática, los políticos, desaparecen en agosto, se puede tender desde los periódicos la mirada hacia la realidad y descubrir en ella todo lo hermoso y todo lo siniestro que contiene. De lo siniestro vemos emerger imparable esa gripe A que convierte en sospechoso a todo el que estornuda o carraspea a nuestro lado y que, por lo demás, sepulta el mito, edificado en la segunda mitad del siglo XX por la arrogancia médica, de la vida segura, blindada por la ciencia ante las epidemias que en el pasado azotaron a este nuestro mundo.
De lo hermoso, y desde el mismo territorio de la medicina, ha de conmovernos y traspasarnos el rayo de esperanza que un reciente descubrimiento ha proyectado sobre los enfermos de Alzheimer: el café podría devolverles la memoria. Esto es, la vida. En realidad, no se trata de un descubrimiento reciente, pero el hecho de que una universidad estadounidense, la de Florida del Sur, se haya gastado unos miles de dólares en refrendarlo y divulgarlo con el marchamo de la Ciencia, lo convierte en novedoso.

La administración de café, el equivalente a cuatro cinco tazas diarias, a un grupo de ratones a los que se había inducido a desarrollar Alzheimer, hizo que el progresivo deterioro de su memo ria desapareciera, de suerte que el grupo de científicos que andaba en los experimentos descubrió que en la taza de café que tenían en la mano (los americanos siempre tienen una taza de café, bien que aguado, en la mano) podría hallarse el remedio para que millones de seres humanos recuperaran la memoria de su vida, es decir, la conciencia de haber vivido.

Sin embargo, perdóneseme la inmodestia, yo ya sabía que el café era milagroso, y no sólo por la sospechosa tendencia de los médicos a prohibirlo: a mi padre, cuya muerte certificó un médico cuando tenía nueve años, le resucitó un café recién hecho que le puso en los labios una de las vecinas que le velaba, hallándose amortajado y todo.

Gracias a aquello, rigurosamente cierto, uno está aquí escribiendo de lo bello y de lo siniestro, y gracias al café, y a unos científicos yanquis que han reparado en él, un haz de luz viene a iluminar la oscuridad abisal del olvido.

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