XORNAL ESCOLAR

No rendirse nunca

Dejé de disfrutar del atletismo y empezó a aterrorizarme la idea de defraudar a la gente. Cada carrera era un martirio y una tortura para mí.

Quisiera hablaros de aquella época, de cuando a mis 10 años empecé a nadar en las piscinas del Pabellón. Recuerdo que había unas calles de la piscina reservadas para los que estábamos iniciándonos en la natación. Y luego, había otra calle para los mejor dotados, los que tenían más talento. Era la calle de “los del club”, las jóvenes promesas que se federaban y empezaban a participar en las competiciones oficiales como miembros del Club de Natación del Pabellón. Mi sueño era pasar a esa calle, pero tardaron mucho tiempo en seleccionarme. Durante varios meses vi como algunos de mis compañeros eran llamados por los monitores. Yo, entonces, me quedaba triste y desilusionado. Pero no me rendí, seguí intentándolo, trabajando duro, hasta que lo conseguí, y al fin pude nadar en la calle de “los del club”. Fue uno de los días más felices de mi vida. Aún hoy, casi 20 años después, recuerdo como, eufórico y orgulloso, le contaba a mi padre la noticia, mientras él, sonriente, me ayudaba a secarme en el vestuario del pabellón. Yo no era un buen nadador. Tenía mucha resistencia y era muy fuerte de piernas Pero no tenía fortaleza en los brazos y era bastante descoordinado, casi torpón.

Nunca conseguí ningún triunfo importante, ni a nivel local ni a nivel gallego, pero disfrutaba con mis pequeños logros. Un día Willy, el profesor de gimnasia de mi colegio, nos apuntó en una de las carreras de campo a través escolar que se celebraban en Monterrey. Gané con más de medio minuto de ventaja sobre el segundo. Al cabo de un año, casi sin entrenar, gané el campeonato gallego de Cross. Dos años después quedé campeón de España de 3000 metros lisos en mi categoría. Ganaba casi todas las carreras en que participaba, generalmente con mucha distancia al segundo. Todo el mundo me decía que iba para figura, que me iba a comer el mundo, que iba a hacer historia en el atletismo ourensano. Y de repente todo cambió. Empecé a agobiarme.

Dejé de disfrutar y empezó a aterrorizarme la idea de defraudar a la gente. Cada carrera era un martirio y el atletismo una tortura para mí. Al final dejé el atletismo. Estuve 5 años sin entrenar. Pero poco a poco volví a retomar los entrenamientos y a recuperar mi nivel. Ahora disfruto más del atletismo y trato de presionarme menos. Reconozco que, a pesar de todo, el atletismo me ha dado muchos  momentos de gran alegría: cuando batí el record de España cadete, cuando fuimos subcampeones de Europa juveniles de Cross, o cuando, tras 5 años sin entrenar, me proclamé subcampeón de España de 5000 m. Acabo de ganar el campeonato de España de 10 km. La verdad es que no puedo quejarme. Supongo que soy un deportista afortunado.

Pero a veces tengo la sensación que, a pesar de todos estos éxitos, nunca fui tan feliz en el atletismo como aquel lejano día de mi infancia en las piscinas de Los Remedios, cuando tras muchos meses de esfuerzo y sacrificio, los monitores del pabellón me dijeron que al fin ya podía nadar en la calle de “los del club”.

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