Opinión

¡Carallo con el precio del agua!

Pago tres euros con sesenta céntimos por una botella de agua mineral; en el aeropuerto, claro. El aeropuerto es nuestro, el agua no; pero se trata de una oferta y yo soy un despistado que eché mano de una botella de tres cuartos de litro sin reparar en nada más que en la sed que llevaba y no espabilé hasta que pasé por caja. Cuando me devolvieron el ticket y lo sobrante de los cinco euros solté un ¡carallo! y permití que la cajera siguiese con su espolio de los bolsillos ajenos, coitada, que no creo que su sueldo esté proporcionado con los cobros que realiza y los beneficios de la empresa que la tiene contratada. ¡3,60 euros por 3/4 de litro de agua! ¡Carallo!

Más cara que un litro de leche, por cierto; incluso que un litro de gasolina. ¿A cómo le pagan el litro de leche al ganadero? ¿Y a cómo le sale el litro de agua al que la envasa y la vende? Este es el país de las maravillas en el que todo milagro es posible. Mi abuela tomista, de la que ya les tengo hablado en tantas ocasiones, solía desconfiar ante tanta maravilla como contemplaba: "¡No puede ser verdad tanta belleza!" decía entonces. También que "¡tanta bondad no puede ser cierta"! pues esa era otra de sus frases. Alguna razón debía tener porque bondad tanta y belleza tan extrema como las que disfrutamos pueden llegar a deslumbrarnos de modo que nos desorientemos y acabemos por salir corriendo.

Solo así se explica el despoblamiento del campo. Era tan desorbitadamente romántico, tan extraordinariamente bucólico que el hecho de vivir en él llegaba a resultar orgásmico tan en exceso que la gente, llevada, además, del espíritu celta y aventurero que al parecer nos diferencia del resto de los pueblos que se ahogan ahora en las aguas mediterráneas o en las del Río Bravo americano se largaba por el mundo adelante en busca de no tan venturosas maneras vivir; antes, portando una maleta de madera o de cartón; ahora, con una titulación universitaria bajo el brazo. ¡Ah, país, país; país de las maravillas!

De todas formas mucho ha cambiado la cuestión. Cuando el campo gallego comenzó a despoblarse y a quedarse en él únicamente los viejos, las autoridades responsables continuaron afeitándose hacia arriba, la mirada clara y lejos y la frente levantada, mientras los bancos seguían viniendo a recoger las redes (con las que pescaban al cerco, claro) y a llevarse las capturas de los ahorros de los emigrados para invertirlos en otras áreas del Estado; entonces, vino el cura Moure y empezó a construir residencias para ancianos mientras las autoridades persistieron en sus técnicas de afeitado.

Ahora, sin pesca en las rías, con el ganado para carne en regresión franca, mientras nuestra agricultura antaño feraz conoce sus horas más bajas, el campo sigue despoblándose, pagan el litro de leche a los ganaderos con unos cuantos céntimos de euro y las autoridades van a licitar cuarenta y un cajeros automáticos por el rural gallego para que los bancos puedan seguir pescando beneficios.

Ahora, también ahora, después de unos pocos y al parecer desastrosos años en los que fuimos nosotros los que recibíamos emigrantes, no los que los enviábamos, quizá arrepentidos, volvimos a echar mano de nuestro conocido espíritu celta y vuelta a empezar de modo que acabamos de darnos cuenta de que aquí apenas nacen niños, de que nacen pocos niños, mientras que son muchos los viejos los que se mueren de forma que el campo están quedando despoblado. 

En momento de tanta lucidez, qué es lo que se les ocurre a las autoridades responsables además de esparcir cajeros automáticos… pues una "audacia fiscal para frenar la despoblación" según tituló un periódico madrileño del pasado día 27, víspera del aniversario del regreso del cuerpo de Castelao al país que habíamos empezado a creer que era el que él había soñado. Así, a fin de combatir "la caída de la tasa de fecundidad, el envejecimiento de la población y la merma de habitantes en el medio rural", ahí va la audacia.

No piensen ustedes que la medida asuma que la despoblación se deba a "la brecha de desigualdad que perpetúa el abandono del campo", no. Se trata de favorecer tanto el regreso de emigrantes, ofreciéndole beneficios que los diferenciarán tanto de los que no han sabido, no han podido o no han querido emigrar que, a estos, no les va a quedar otro remedio que emigrar ellos para poder regresar y conseguirlas. Somos especialistas en freír pescadillas con el rabo en la boca, mordiéndoselas con nuestros propios dientes.

Tomen nota y anímense a emprender el vuelo. al regreso tendrán rebajas fiscales tales como cero impuestos para las transmisiones en suelo rústico o de explotaciones ganaderas, cero impuestos para las transmisiones patrimoniales y actos jurídicos documentados en la compra de una vivienda habitual en el 90% del territorio, becas de hasta 11.475 euros para hacer un máster, ayudas de 5.000 euros para la FP, 1.000 más por cada hijo y 1.200 euros a partir del tercero. Son ventajas a las que no parece que puedan acceder quienes ahora pueden ver más caro el litro de agua que el de leche, o los que con el título bajo el brazo no alcanzan a pagarse un máster mientras los siguen friendo a impuestos. Nunca vivimos mejor que ahora, es cierto, pero ¡carallo!, ¡carallo!, ¡carallo! xa nos vai chegando.

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