Opinión

Líbranos de los puritanos

Hace ya unos días que vi, en uno de esos canales de pago que emiten series de éxito y filmes que no lo son tanto, una película interpretada por Meryl Streep y otros actores opacados (¿se dice opacados o mejor digo oscurecidos?) por la gran histriona (¿o hay que seguir diciendo histrión?) que es la tal actriz... y que lo siga siendo durante muchos años. 

Lástima que no estuviese yo al tanto de la condición humana del personaje real, interpretado por la Streep en este largo metraje titulado "Julia & Juliet", porque hubiese disfrutado bastante más de lo que lo hice una vez asumida y entendida la escasa complejidad de la expansiva señora interpretada por ella. Seguramente la imitación del personaje real es óptima y hasta, en el doblaje al español, la aflautada voz que correspondería a Julia Child real pudiera corresponder, por su calidad, con la aportada por la actriz estadounidense. 

A pesar de todo ello acaba cargando tanto aspaviento, tanta señora de su casa, tanto personaje tópico, tanta repetición, tanta regurgitación de simplezas yanqui-mesocráticas, hasta el punto de que tanta insistencia en ellas llega a oscurecer el trabajo actoral de Stanley Tucci en su papel de Paul Child, el paciente y complaciente esposo de la diva.

Y en eso se queda la historia: La expansiva y algo atolondrada esposa de un diplomático yanqui que, no teniendo mejor cosa en que hacer, se entretiene en realizar un curso de "cordon bleu" en la capital francesa; un curso que posibilitará la redacción de un libro de cocina del que se venderán miles, y miles, y miles de ejemplares. 

Paralelamente a esta hay otra historia no menos convencional, la de una joven ama de casa, interpretada por Amy Adams, que, al contrario que sus amigas, no dispone de una gran situación económica, ella que tanto prometía; no le satisface su trabajo, monótono hasta el desmadre; lleva mal que bien su matrimonio, prosaico como casi todos, de modo que decide escribir un blog siguiendo los pasos del libro de recetas escrito por Julia Child. Es de suponer que al guionista no recibiese ningún premio de los que anualmente concede la Academia.

Les cuento a ustedes todo esto porque alguien habrá a quien estas líneas le empujen a buscar la película y disfrutar con ella viendo a la Streep al tiempo que es seguro que no han de faltar aquellos que decidan eludirla. La vida es así pues toda la vida es sueño y los sueños cine son… que diría Eduardo Aute y repito yo, espero que con su aquiescencia.

Sin embargo llegué hasta aquí, quiero decir con el rollo que ahí les queda, con el único propósito de recordar una escena de la película en la que, el matrimonio Child, va a comer a casa de los suegros el marido. El padre de Julia es un viejo carca republicano, amigo del estilo de conversación que consiste en desviar la atención hacia lugares dialécticos en los que la discusión es de sí y no, o de no y sí, de modo que todo queda reducido a lo que el suegro ha decidido previamente. 

Conviene aclarar que la acción transcurre en plena vigencia del ideario del senador McCarthy, fallecido en 1957, anticomunista, sí, pero detentador también del patrioterismo más excluyente y de la desconfianza máxima hacia todo aquel que use gafas, fume en pipa y se defina o lo clasifiquen como intelectual, como artista o como persona sencillamente afectada por una mínima concienciación de orden social o afectada de una mínima conciencia religiosa.

No voy a reproducir aquí el diálogo. Me limitaré a constatar que, durante demasiado tiempo, hemos escuchado que el patriotismo español se ubicaba en una única formación ideológica, en detrimento de las restantes y en la medida en que el hecho de no secundar las medidas gubernamentales equivalía, según todos los razonamientos esgrimidos, a una paupérrima condición de españolidad.

El caso es que por unas razones o por otras se han extremado las posturas, nos hemos acostumbrado a opinar más que a razonar de un modo necesariamente reflexivo, y que diálogos como el que los protagonistas mantienen con el viejo republicano mccarthysta, proliferan ya entre nosotros en una cantidad que me atrevería a calificar como mucho mayor de la deseable; es decir, estamos a punto de entrar, si es que antes no se le pone remedio, en una época de puritanismo que a algunos -a los que no dejará de haber quien los califique de espíritus sensibles, entre ellos este escribidor de ustedes- nos da bastante miedo.

Breogán nos libre de puritanos secesionistas, puritanos unionistas, puritanos podemistas, puritanos ciudadanistas, integristas puritanos de esto y de los otro, de izquierda y de derecha, repetidores de consignas y de esloganes, de máximas que no analizan, de opiniones que repiten sin pensarlas o incluso repensarlas, empeñados en llevarnos a su huerto cuando estamos tan a gusto en el nuestro, sin meternos con nadie, intentando convivir en paz y en armonía, alejados de avatares como los vividos en la democrática Norteamérica en tiempos que casi siempre yacen olvidados si no viene alguien y agita el árbol de la Historia que, si en ocasiones, no tiene demasiados frutos, casi siempre suelta hojas cuando lo sacudes. Estamos sacudiendo el árbol de la Historia, siguiendo una pauta colectiva a la que la humanidad nunca fue capaz de sustraerse durante demasiado tiempo. Es bueno que lo sepamos recordando que ya todo fue inventado.

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