Opinión

Suárez, nos queda un gran recuerdo

José Manuel Otero Novas

No por esperado deja de ser doloroso. Se nos ha ido Adolfo Suárez. Pero nos deja un gran recuerdo.

De cordialidad. Su trato con todos siempre fue afectuoso y grato; era dificilísimo encontrar en él un gesto duro o crispado; nunca dejaba de agradecer todas las colaboraciones, aunque fueran debidas.

De inteligencia. Sabía valorar todos los hechos y posiciones de las personas; de prever las reacciones que se suscitarían respecto de cada uno de sus movimientos; acertó haciendo coincidir la ambición natural de quienes llevaban décadas al margen del protagonismo, fomentando su canalización responsable, con la generosidad y el realismo de quienes gozaban de las prebendas del Poder, apelando a su patriotismo.

De audacia. Claro que su labor fue promovida y apoyada por el Rey. Cierto que otros le hemos ayudado con mayor o menor intensidad. Por supuesto que el pueblo español quería evitar la vuelta al espíritu de la guerra civil. Pero el cambio de un régimen autoritario por otro democrático, sin revoluciones ni violencias, fue obra de Adolfo. El se jugó el pelotón de fusilamiento o el tiro en la nuca si las cosas no salían bien. Y hoy parece natural considerar que las cosas tenían que ser así, pero no era eso lo que en España y en el extranjero se pronosticaba para la muerte de Franco.

De legítima ambición. Adolfo no recibió nada regalado. Desde abajo, paso a paso, fue ascendiendo en la escala social, ocupando todos los puestos, desde los más humildes hasta la más alta posición de nuestra sociedad. Sin despreciar ninguna ayuda. Sin regatear los esfuerzos necesarios. Y por eso podía comprendernos a todos quienes le ayudábamos, conocía perfectamente nuestras ansias y preocupaciones. Tenía la característica que nuestras viejas Ordenanzas Militares exigía para el ascenso, "el ansia invariable de merecerlo", y se podía poner al nivel de todos los que en unas u otras funciones le rodeábamos.

De dignidad. Su ambición política era inmensa; pero nunca jugo con los principios ni sacrifico al Estado por intereses personales. Cuando en mayo de 1977 me encargó una negociación con ETA para conseguir celebrar las primeras elecciones sin estados de excepción, me dijo que en cuanto al fondo, yo ya sabía lo que podía aceptar y tenía que rechazar, no me daba instrucciones, pero sí en cuanto a la forma: tenía que arreglármelas para que no pareciera que el terrorismo se equiparaba al Estado o que era un ejército capaz de dialogar con el Ejército de España. Y por ello, cuando comprobó que las circunstancias no le eran propicias, no agotó su mandato sino que dimitió.

De liderazgo. Me dijo en una ocasión que siempre se había rodeado de personas superiores a él. Hube de contestarle que era verdad que todos le superábamos en alguna faceta. Pero que él se sabía superior a todos nosotros en voluntad política, en aguante, en ambición, en capacidad para conectar y dirigir a las gentes, en intuición, en previsión de futuro. En confianza en sí mismo. En definitiva era un auténtico líder.

Desde aquí mi agradecimiento a Adolfo; uniéndome a la nostalgia y la oración de tantos españoles en esta hora.

(*) José Manuel Otero Novas fue, con Adolfo Suárez, subsecretario técnico del presidente del Gobierno (julio 1976- julio 1977); ministro de la Presidencia (julio 1977-abril 1979); ministro de Educación (abril 1978-septiembre 1980).

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