Opinión

APLAUSOS

Se necesitan, se anhelan, para algunos son imprescindibles y si hace falta se compran. En su megalomanía muchos piensan que, el aplauso, es una oportunidad generosa que se da a los asistentes para unirse al triunfo, a participar en el festín del éxito, a gozar del poder. El 'ego' los precisa para alimentarse, para engrandecerse y, en su insaciable apetito, metaboliza inmediatamente cualquiera manifestación de apoyo inquebrantable necesitando cada vez más. En tiempos del imperio romano Nerón tenía en nómina a cinco mil ciudadanos que aplaudían sus apariciones en público, fue la primera 'claque' de la historia; el emperador llegó a creerse que todo lo relacionado con su persona producía la admiración de los ciudadanos de Roma y murió sin comprender la enorme farsa que el mismo había creado. Pero, el aplauso, también es la manifestación libre y espontánea del espectador de refrendar y apoyar alguna circunstancia con la que se siente identificado, nace de la necesidad de sentirse en el grupo, de participar con él en un acto de reafirmación colectiva.


Hoy estoy confuso, no se si aplaudir a Beiras o recriminar su acción por infantil y de dudosa rentabilidad política. No sé si deja en evidencia la actitud provocadora del Presidente de la Xunta de Galicia, Alberto N. Feijoo, o le ayuda en su estudiada opacidad democrática. No sé si es fruto de la indignación de un luchador por las libertades ante el desprecio de un Presidente a su pueblo, o un gesto cuidadosamente elaborado para conseguir mayor protagonismo. Lo que sí aplaudo con entusiasmo es la llegada al parlamento de los problemas de la calle, la recuperación del parlamentarismo vivo, ágil, rompedor y creativo. La clase política tiene la obligación de defender los intereses de aquellos que representan; el legislador ha de afrontar la realidad social y proponer leyes que amparen la calidad de vida de sus representados. Los partidos políticos han de convertirse en instrumentos operativos de la sociedad contra las dificultades que surgen en el vivir del día a día.


Algunos creen que hay que callar ante el atraco que supuso el endose de preferentes y subordinadas a pequeños ahorradores; hay dirigentes que creen que los desahucios han de aceptarse como ley de los mercados; muchos justifican las desigualdades sociales en función de las desigualdades naturales; algunos aceptan la corrupción como algo inherente a la condición humana; los hay que justifican el aplauso al poderoso por el único mérito de serlo; unos pocos creen que el paro es solo una cifra. ¡No!, en una democracia real el poder emana del pueblo y nunca el pueblo puede aceptar legisladores que atenten en contra de sus intereses esenciales y si los parlamentarios, o la clase política, rompen con este principio básico, están justificando que el pueblo deje de creer en el acuerdo implícito con sus representantes y se divorcie de sus parlamentos, no está dispuesto a ser la 'claque' de un nuevo Nerón.


El aplauso inducido, cansa; el aplauso instintivo, libera; el aplauso merecido, engrandece; el aplauso fanático, destruye. Libera tu conciencia antes de aplaudir y cuando lo hagas procura que sea de 'testa' (con la manos planas), y si te ves obligado a aplaudir sin desearlo, hazlo de 'imbrex' (manos huecas); el que los recibe sabrá interpretarlos y si no sabe, allá él.

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