Opinión

Desesperados

Han pasado algunos años desde que leí ‘Desgracia’, novela del sudafricano John Maxwel Coetzee, premio Nobel de Literatura en el año 2003. En esta obra, el autor refleja, con una prosa lúcida, sutil y cortante, los avatares de un profesor universitario que, después de un contacto amoroso con una de sus alumnas, entra en una dinámica de acontecimientos desgraciados que no tienen fin, lo que causa en el lector una sensación de desasosiego que hace que sólo la calidad de la obra obligue a continuar con su lectura hasta el final del relato.


Estos días dos noticias me han impactado de una forma especial, produciéndome una sensación similar a la novela de Coetzee; quizás ambas hayan pasado desapercibidas para la mayoría de los lectores y, sin duda, no han sido importantes para la clase política; no han generado debate, no han sido tema de ninguna revista del corazón y ningún programa de televisión les ha dedicado, que yo sepa, ni un minuto de programación. La primera de ellas fue el supuesto suicidio del cónsul español en Montevideo. ¿Qué espantosa situación lo ha llevado a tan dramática decisión? ¿Qué angustiosa soledad habrá sentido en ese dramático instante? ¡Un cónsul!, un hombre importante, un representante de nuestro país en el extranjero, un ser humano, como otros muchos, que no ha aguantado el seguir viviendo perseguido por los fantasmas del miedo a algo que no ha podido soportar. Nadie está en situación de juzgar o de condenar su acción, tan sólo nos cabe el respeto a su decisión y el apoyo solidario a aquellos que sufren por él.


La segunda noticia es mucho más impresionante porque refleja la espeluznante realidad de una sociedad cruel y sanguinaria; el linchamiento en Málaga de un inexperto delincuente que, acuciado por la necesidad, se había visto obligado a buscar el sustento para los suyos, después de haberlo intentado desesperadamente por todos los medios legítimos posibles. Este obrero en paro, de 37 años, con dos hijos, agobiado por la hipoteca, los pagos del coche y las necesidades de los suyos; en un impulso de supervivencia intentó atracar un salón de juegos, tugurio infernal, donde algunos presuntos ‘ciudadanos de bien’, eufóricos después de la final de Champions League decidieron perseguirle, atacarlo y lincharlo. Émulos de los ‘justicieros’ del salvaje oeste, no dudaron en golpear, patalear... hasta que el cuerpo de este desgraciado quedó inerte, sin vida. Los agresores probablemente se sientan satisfechos, presuman de su heroicidad y, quizás, reciban felicitaciones por su arrojo y valentía. ¡Repugnante! Cuán importante es una mano amiga en momentos difíciles, qué necesario es el amor como refugio de dolor y sufrimiento. Cuando caminamos por una calle, ¿cuánto dolor y desesperanza se cruza con nosotros? Si observas los rostros anónimos de aquellos con los que compartimos un lugar público podrás percibir angustia, dolor, desesperanza, alegría, satisfacción, ilusión, aburrimiento sin duda la cara es el espejo del alma y los ojos el reflejo del sentimiento, ¡cuánto dolor nos rodea! ¡cuánta angustia no encuentra refugio! Pero la vida sigue y seguirá hasta que el hombre en su inconsciencia la destruya; mientras tanto, la soledad individual y la desesperación sólo tienen un antídoto: el cariño y la comprensión de los demás.


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