Opinión

Holderlin versus Antón Tovar

Leer alguna de las obras de Stefan Zweig es como encender la luz en un mundo tenebroso donde el mal condiciona la relación de los humanos con su entorno y consigo mismo. Sus acertados análisis abren nuestro conocimiento a la intimidad de personajes históricos que almacenan las mismas cebollas que cualquier anónimo mortal. Como afirmaba Pitágoras: “La muerte es nuestro destino común. Las riquezas materiales se adquieren y se pierden. ¡Inspira tu vida en las más pura justicia! Sé irreprochable ante tus semejantes. Aprovecha todas las ocasiones de instruirte y tu vida será altamente agradable”. Esta definición del filósofo y matemático de Samos fue asumida por el poeta maldito Friedrich Holderlin, del que Zweig en su obra “La lucha contra el demonio” afirma que está poseído por el fermento atormentador que le empujó a la obsesión mística buscando el éxtasis, renunciando a todo lo material y sublimando la relación con la deidad. Su ideario queda definido con claridad en la frase: “Ser uno con el Todo es la vida de la divinidad, es el cielo del ser humano”. Creo sin embargo que Zweig no valoró en su justa medida el amor secreto que el atormentado poeta sentía por Susette, esposa de su protector, el banquero y comerciante Jakob Gontard; amor posiblemente platónico que le impulsó escribir su mejor obra epistolar: “Hiperión” en la que oculta el nombre de su amada bajo el seudónimo de Diotima, la mujer que enseñó el amor al filósofo Sócrates, según refleja Platón en su obra “El banquete”.

La influencia de Kant en los poetas contemporáneos de su época los llevó a un nuevo humanismo, a una poesía de eruditos donde la luz de la Filosofía debilita a los poetas del espíritu, que tratan de huir del mundo gélido de la erudición, algo que solo los más fuertes consiguen. El empuje de la ciencia impregna el mundo del pensamiento, ante lo cual Holderlin escribe: “Sólo reconozco lo que florece naturalmente; lo meditado, ya no lo reconozco”. Sin embargo, los poetas Goethe y Schiller dejan el divino mundo creador y optan por la frialdad de la ciencia, dejando en evidencia el misticismo de Holderlin que no soporta el desprecio de su idealizado Schiller, refugiándose en la soledad y en una relativa amistad con Hegel y Schelling

El romanticismo idealista de Holderlin busca el renacer del antiguo mundo representado por la Grecia histórica, a lo que dedica gran parte de su obra. Un pesimismo profundo le impide encontrar la armonía que una al hombre con la deidad, representada esta por la naturaleza; su depresión le hace grande y poseído por un diabólico destino que el mismo expresa en “Hiperión”: “Pero el sol del espíritu, el mundo ideal ha desaparecido, y en la noche glacial sólo reinan huracanes”. Una vida atormentada donde la enfermedad y el misticismo irredento le acercan a la locura, que es el refugio de los malditos por la historia y renacidos en la gloria de los nuevos tiempos.

El Viejo Milenario siente la fuerza de la poesía que acerca al hombre a la divinidad y recuerda a su amigo, el poeta Antón Tovar, el más grande de los poetas intimistas, cuyo pesimismo espiritual es comparable al de Holderlin y reclama, en el centenario de su nacimiento, el protagonismo del Día das Letras Galegas. Y de no ser así, coincide con Holderlin: “Hay una obscura generación que no gusta de escuchar ni un semidiós, ni quiere oír al espíritu celeste que aparece entre los hombres o sobre las ondas. Una raza que no adora a la pureza ni aun el rostro del mismo Dios, próximo y omnipresente”.

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