Opinión

El perdón a un criminal

Afirmaba del dramaturgo francés Alfred de Musset: “Tened cuidado con el hombre que pide un perdón; puede caer fácilmente en la tentación de merecer dos”. Siempre he creído que el perdón es la venganza de los hombres buenos, pero cuando he visto a Tony Blair reconocer el terrible error de haber participado en la guerra de Iraq, basándose en una mentira repetida y mantenida durante años por los responsables de tantas muertes y tantas desgracias para millones de personas, he sentido nauseas y una sensación de asco ante el cinismo mostrado por uno de los protagonistas que han empujado al mundo a una guerra, lo que no deja de ser un crimen contra la humanidad. Crimen perpetrado por unos desalmados que se aprovecharon de la impunidad que gozan los que detentan la fuerza y el poder. De los cuatro presuntos criminales que escenificaron su agresión contra un país soberano, al margen del derecho internacional, solo uno de ellos es capaz de reconocer que ha sido un “error”, cuyas consecuencias sigue pagando toda la humanidad.

No pide disculpas por la guerra, no pide disculpas por los cientos de víctimas inocentes inmoladas en el altar de espurios intereses, no le importa haber mentido, el haber manipulado a la opinión pública, de haber propiciado la destrucción de un país, de someterse a los intereses de las multinacionales del petróleo; de todo eso no se arrepiente; lo hace por haber usado información errónea. Si la información hubiera sido cierta, la guerra y sus miles de muertos, para estos canallas, estaría justificada.

Cínicos, infames, prepotentes, injustos y delincuentes; los cuatro jinetes de la muerte (Bush, Aznar, Blair y Barroso) han dejado el poder, pero siguen libres de toda culpa. No hay tribunal internacional que investigue y juzgue sus crímenes. Ellos siguen perteneciendo al grupo vencedor, y los vencedores imponen sus normas y no acatan las de los demás. 

A la guerra de Iraq siguió el derrocamiento de Gadafi, el golpe de estado de Al Sissi en Egipto, la guerra de Siria, el resurgir del estado islámico, la guerra del Yemen, los atentados terroristas de Madrid, Londres, París, Túnez. Las consecuencias de aquella estúpida guerra las estamos pagando todos, pero fundamentalmente los millones de refugiados que han visto destruidos sus hogares y se ven obligados a huir de su patria iniciando un éxodo sin retorno hacía un “paraíso” que los rechaza, que los maltrata como si fueran animales rabiosos. Las imágenes de esos refugiados hacinados en las fronteras de países insolidarios, ateridos de frío, con sus hijos en brazos, golpeados por policías sin escrúpulos, con hambre, sed, explotados por mafias que les roban sus últimos y escasos recursos; son imágenes que golpean la sensibilidad de cualquier persona. Pero la soberbia de Aznar, la limitación intelectual de Bush, la ambición de Blair o la sumisión de Barroso les crea una coraza que les hace insensibles al dolor ajeno. Sin embargo las corazas se oxidan, pierden consistencia y acaban por corroerse y desaparecen; entonces queda al descubierto la esencia del mal que anida en sus corazones y la consciencia de su maldad les roerá las entrañas y les ahogará en la putrefacción de sus horrores. Mientras eso no suceda, a Tony Blair le recordaría lo que dijo el filósofo Francis Bacon: “El malo, cuando se finge bueno, es pésimo”, tal vez por ello Aznar no pida perdón, está orgulloso de ser malo.

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