Opinión

Republicanismo monárquico o monarquía republicana

Qué fútil debate se dirime en el fragor de una desesperanza generalizada de los ciudadanos afectados por una despiadada crisis: ¿monarquía o república? Los fantasmas del pasado irrumpen con fuerza, desvirtuando los debates sobre los auténticos problemas del país. ¿Resuelve las maldades del Estado un cambio en su ordenación constitucional?, ¿es el problema del paro resoluble en una república?, ¿se garantiza el reparto de la riqueza en un país republicano?

La monarquía borbónica está insertada en los más negros pasajes de nuestra historia, pero también es cierto que los períodos republicanos no han podido, o no han sabido, resolver los graves problemas estructurales que arrastramos desde nuestra configuración como Estado. Es evidente que los valores que sustentan los principios republicanos se identifican más con los ideales del viejo paradigma de la Revolución Francesa, basada en los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que constituyen la cimentación de las democracias modernas. Pero los paradigmas o evolucionan o mueren y hoy nuestro país esta inmerso en una contrarrevolución neoliberal que, muy eficazmente, está destruyendo el estado del bienestar y apuntalando un sistema de desigualdades y miseria que afecta a la mayoría de la población.

El capitalismo globalizador utiliza cualquier régimen político que se avenga a sus normas, no importa que sea presidencialista, monárquico, dictatorial o republicano. Lo único que interesa a la ciudadanía es su capacidad para desarrollar la soberanía al margen de la tiranía de los mercados, algo por lo demás difícil en los actuales momentos históricos.

Graves problemas se ciernen sobre el presente, tanto a nivel internacional como nacional. La necesidad que tiene el sistema capitalista de generar beneficios, sin importarles el cómo, lleva al mundo a unos terribles desequilibrios que no se resuelven con las medidas que el mismo sistema genera. Los conflictos bélicos, los movimientos migratorios, el hambre, la contaminación, el cambio climático…, son algunas de las consecuencias del dominio del capitalismo globalizador.

En nuestro país se fomentan falsos debates sobre la inestabilidad social, la secesión de Cataluña y Euskadi y el derecho a decidir sobre la configuración del Estado. No entran en el debate la modificación del sistema financiero, el derecho inalienable a la universalidad de los servicios básicos de carácter público y gratuito, el control de la sociedad sobre las instituciones, la distribución de la riqueza, la soberanía de los pueblos para profundizar en los derechos individuales y colectivos, la necesidad de configurar espacios territoriales superando viejas divisiones administrativas y fomentar los valores a través de la formación.

Por eso creo que, en las actuales circunstancias, es inoportuno pretender que se someta a referéndum la jefatura del estado; lo que probablemente legitimaría la monarquía parlamentaria por varias generaciones y ralentizaría el debate sobre la pérdida de derechos y las limitaciones que las fuerzas reaccionarias quieren imponer sobre las libertades.

No hay duda que la realeza pertenece a una estructura superada por el tiempo, sus propias contradicciones se han hecho patentes en los últimos años, lo que ha hecho aumentar el sentimiento republicano en amplios sectores. Cuando así lo perciba la mayoría social sería el momento de exigir un cambio que fortalezca el sistema de libertades, profundizando en el desarrollo del paradigma que introdujo la revolución francesa: Libertad, Igualdad y la olvidada Fraternidad.

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