Opinión

TRILEROS

Hábiles con la palabra, rápidos con las manos, mentirosos, tramposos y tentadores. Su ámbito de trabajo, todo el planeta; no existen fronteras. Su jornada laboral, indeterminada. Sus clientes, cualquier ciudadano que les preste atención y quede embelesado por el embrujo de sus mensajes. El perfil de sus víctimas es variado; el joven inocente, el ama de casa avispada, el malicioso anciano, el trabajador desesperado, el pícaro estudiante, el letrado listillo, el despistado transeúnte, el señorito avergonzado o el juerguista trasnochado. Cualquiera puede caer la en invisible red del dador de ilusiones, los he visto actuar en las ferias de mi pueblo, en los mercados de oriente, en el moderno Estocolmo, en el populoso Buenos Aires o en la culta Barcelona. Actúan con desparpajo y su desenvoltura los hace merecedores de la caza de algún pícaro aprovechado. Pero, ¿Cuántas modalidades hay de trile? , sus instrumentos favoritos son las cartas, los cubiletes y cualquier elemento que lleve al atento jugador a cierto grado de confusión con resultado de certeza. Una vez que el sorprendido apostante ha adoptado una solución, ya no hay remedio; no vale desesperarse, arrepentirse, llorar, desgañitarse o patalear; la irreversibilidad es firme. La mejor solución para no ser engañado, no jugar con los trileros.


A sugerencia de un amigo, me he comprometido a no hablar de política, ni de políticos en período electoral o preelectoral. Además quizás no sea ejemplarizante el opinar sobre la cosa pública cuando, en estas fechas, personas especializadas y profesionalizadas lo hacen con mejores argumentos que el de un humilde servidor. Por ello he iniciado este artículo sobre un tema vulgar e inocente con la pretensión únicamente de entretener y, como mucho ilustrar la simbiótica relación entre estafador y estafado en muchos ámbitos de la vida. Escribir sobre educación, sanidad, servicios sociales, banca o infraestructuras (por ejemplo), se puede considerar una interferencia en una campaña electoral donde múltiples y variados candidatos nos ilustrarán sobre sus ilusionantes ofertas. Tampoco me atrevo a valorar la dimisión de la ínclita presidenta de la Comunidad de Madrid, portavoz española del liberalismo más reaccionario y exponente del nacionalismo de Estado, con su dimisión tal vez los independentistas catalanes pierdan algún argumento. Mucho menos la melodramática carta del Rey, cuyos efectos serán debatidos en otro memento. Hoy únicamente me permito una licencia, sugerirles a los candidatos a presidir la Xunta de Galicia, que al menos acompañen sus ofertas con el rigor que se les supone a los futuros gestores de los intereses de nuestro país. A nosotros, resignados electores, nos corresponde escuchar, asimilar y valorar los mensajes de los candidatos y con responsabilidad ejercer nuestro derecho al voto.


No quiero acabar sin hablar de un personaje que me ha maravillado desde que leí la obra de Apuleyo: 'El asno de oro', hace ya muchos años. Recuerdo al protagonista; el joven Lucio, metamorfoseado en asno que observa el comportamiento del mundo que le rodea desde el anonimato de su transformación y llega a alcanzar el placer divino desechando los placeres de la carne y me pregunto: ¿Cuantos vendedores de ilusiones hay, que no son sino trileros travestidos en ocurrentes oradores, que quieren disfrutar de los placeres del poder desechando la lealtad y la moral?. Piénselo.

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