Opinión

A LOS 75 AÑOS DE LA MUERTE DE UNAMUNO

El 31 de diciembre de 1936 fallecía repentinamente, en Salamanca, don Miguel de Unamuno, hombre y escritor de continua búsqueda, en su trayectoria vital y literaria. Nunca consideró que había llegado a la meta en la visión del mundo, ni siquiera en los trágicos acontecimientos de la República y la Guerra Civil, que le hicieron envejecer prematuramente.


A lo largo de la vida de Unamuno, las ideologías nunca fueron puerto de llegada sino de partida. Su espíritu inquieto nunca se inclinó ante los dogmas del positivismo de Spencer o del socialismo de Marx, concebidos como nuevas religiones de la Humanidad. Las aguas desbordadas de las ideologías sacrificaban todo a los ideales de un mundo en construcción, pero su fuerza originaria se estancaba en las aguas infecundas y pútridas de un paraíso materialista y acomodaticio. Nuestro escritor advirtió que las ideologías nunca dan respuesta al hecho de que el ser humano es finito y evitan plantearse la realidad de un hombre invadido por la congoja, atrapado en los 'brazos del ángel de la nada', tal y como él mismo se sintió con poco más de treinta años.


Tampoco Unamuno podía darse por satisfecho con la actividad política. Sus posiciones críticas en las Cortes Repúblicanas o en la Salamanca de Franco representan la postura de un intelectual que no estaba conforme con las adhesiones en bloque, lo que le granjeaba fácilmente enemistades.


Su tormento espiritual. Unamuno no se impresionaba demasiado por las tormentas desencadenadas en el exterior, porque la auténtica tormenta era la que se desarrollaba en su espíritu, y así lo vemos en sus escritos, sobre todo en poesía, donde aflora la necesidad de abrir una ventana a la trascendencia, a un Dios liberador de los miedos del hombre. Echaba de menos la pérdida de la fe de su infancia y a menudo se sentía preso de la angustia y de la decepción, como muestra entre otros el poema: 'Agranda la puerta, Padre/ porque no puedo pasar/ la hiciste para los niños./ Yo he crecido a mi pesar./ Si no me agrandas la puerta./ Achícame por piedad/ vuélveme a la edad bendita/ en que vivir es soñar'. Esto no impedía a Unamuno conocer en profundidad la cultura y la tradición cristiana como puede verse en todas sus obras y sobre todo en los artículos de viaje. Podía citar de memoria los textos de la Sagrada Escritura, aunque sufría porque la fe le resultaba inalcanzable. Quizás terminó por convencerse de que nunca llegaría a tenerla, pero no era partidario de arrojarla al almacén de los trastos viejos tal y como pontificaban muchos políticos e intelectuales de su tiempo. Mas bien se producía en él una titánica lucha entre la razón y el sentimiento.


Sobre esta lucha de nuestro autor afirma Laín Entralgo: 'Me atrevo a pensar que aquel angustiado Unamuno buscó refugio último en lo más profundo de su esperanza agónica'. Alguien tuvo el acierto de convertir en epitafio del gran luchador cuatro de sus más personales versos: 'Méteme, Padre eterno, en tu pecho,/ misterioso hogar./ Dormiré allí pues vengo desecho/ del duro bregar'. Don Miguel de Unamuno llamaba 'dormir' más allá de la letra de los diccionarios a un interminable estado en el cual habían de fundirse el descanso, el ver el poseer y un inestimable seguir soñando.


'Sea la muerte el mayor nacimiento', pidió para sí el poeta Joan Maragall. ¿Alcanzó para sí Unamuno lo que su gran amigo tanto anhelaba? Sólo podemos afirmar sin que nadie pueda negarla, la sincera, angustiada búsqueda de vida eterna que impregnó toda su existencia.

Te puede interesar