Opinión

SEIS AÑOS DE PONTIFICADO

Ochenta y cuatro años. Seis de pontificado. Es una sorpresa y una alegría ver la libertad y lucidez de Benedicto XVI. Nunca nos ha ocultado la conciencia de desproporción que le embargó aquella tarde en que bajo los frescos de Miguel Ángel le fue planteada la pregunta: ¿Aceptas la elección? Pero desproporción no significa falta de entrega. Y una vez aceptada la llamada, se ha dedicado a la tarea, con la fortaleza y decisión de quien sabe que trabaja por encargo de Otro y sostenido por El.


S. Agustín, que es un pozo inagotable, en el que siempre ha bebido Benedicto XVI, le ha sugerido esta curiosa paradoja: 'Hay muchos fuera que parecen estar dentro y hay muchos dentro que parecen estar fuera'. Esta reflexión del Papa, contenida en el diálogo con Peter Seewald en 'Luz del mundo', parece oportuna para este aniversario.


Porque por un lado, crece de manera evidente la sorpresa de un mundo alejado o al menos frío y distante, ante la propuesta renovada de la fe que plantea Benedicto XVI en todas sus intervenciones. De hecho, cuando se le escucha, nunca se tiene la impresión de estar ante lo previsible, ante lo ya sabido. El personifica, como nadie, el esfuerzo más auténtico del Vaticano II: hacer que la fe de siempre arraigada en la tradición apostólica esté presente de nuevo, como interlocutor válido para esta generación. Y eso implica un esfuerzo de traducción de los contenidos de la fe a los moldes culturales de nuestro tiempo, un diálogo cara a cara, con las expectativas e impugnaciones de esta generación. Iniciativas como 'Atrio de los gentiles' y el Consejo Pontificio para la nueva evangelización responden a esta intuición originalísima.


Pero por otro lado, mirando desde dentro, un rumor sordo de fastidio no deja de circular. El vaticanista Sandro Magíster ha hablado de los desilusionados con el Papa Ratzinger. Aquellos que habían establecido una imagen de cómo había de ser el pontificado conforme a su propio proyecto y ahora se sienten defraudados. Demasiado diálogo, demasiada paciencia, quizás demasiada modernidad. Fastidio por la política de transparencia total de los abusos perpetrados por sacerdotes, por la llamada a la conversión y a la purificación más que a la trinchera. Fastidio por la iniciativa de oración por la paz en Asís a la que ha convocado a los líderes de las grandes religiones y también a personalidades no creyentes. Fastidio en suma por su forma de entender la libertad religiosa, en clave demasiado moderna.


Con todo ello, seis años después, se convence uno, cada vez más, que el dedo de Dios estaba señalando aquella tarde al hombre providencial, al hombre de esta hora. Con su magisterio y su testimonio Benedicto XVI está regenerando la entraña misma del cuerpo eclesial, con paciencia, sin atajos desde la raíz. Está forjando también una nueva cultura de la fe para el siglo XXI y está abriendo un espacio nuevo a la presencia cristiana, en un mundo hosco pero sediento, en el que los católicos no hemos aprendido a movernos.

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