Opinión

FRAGA IRIBARNE Y EL POLÍTICO CRISTIANO

Parece que todo está dicho sobre Fraga. Sin embargo a medida que fluyen el recuerdo de quienes lo trataron, no dejan de aflorar nuevos datos, nuevas facetas de quien tanto influyó y en tantos ámbitos en la reciente historia de España. Así los periodistas se fijan en las anécdotas que desparramó su temperamento y sobre todo en su famosa y polémica Ley de Prensa de aquellos lejanos tiempos de 1966, que acabó con la censura previa y abrió el camino hacia la libertad de expresión. Como era natural, también los políticos, académicos, diplomáticos, juristas y catedráticos con los que convivió como compañero, no dejaron de evocar las distintas etapas por las que pasó, en una vida tan llena de episodios como servidor público.


En esta sinfonía de opiniones no podía faltar la voz eclesiástica. Y es por ello, por lo que ha adquirido notable relieve el que el cardenal Rouco, junto con otros obispos, haya recordado su condición de cristiano, ejercida por Don Manuel, tanto en su vida privada como pública. Al evocar su amistad con Fraga, el presidente de la Conferencia Episcopal ha destacado la gallardía con que manifestaba su condición de cristiano llano, sin alardes, de los que van a misa los domingos y se confiesan y, sobre todo, el interés que le animaba por mantener viva la vitalidad cristiana de España a partir del Camino de Santiago. Fraga consideraba este camino de peregrinación universal como un medio importante para la recuperación espiritual, cultural y económica de Galicia y de España y muy especialmente de las generaciones jóvenes. Y de esta fuente y raíz cristiana brota, con toda intensidad, el sentido primero y último que Don Manuel dio a su vida y que ha informado su dilatada trayectoria como intelectual, político y docente.


Ahora quisiera fijar la atención preferentemente en su quehacer político. Fraga tuvo una forma de hacer política que no nos conviene olvidar. Lo que él llamaba 'sentido cristiano de la vida', que no ocultaba en ningún momento, le hacía concebir la política como una tensión ideal y no sólo como un juego de poder o instrumento técnico. Su larga experiencia no le privaba de lo que algunos pueden considerar ingenuidad, pero que en realidad era una concepción de la gestión pública, como servicio al pueblo. Ello le permitió contribuir a fraguar una derecha plenamente democrática con capacidad para gobernar, cimentar con otros esa gran obra de reconciliación entre los españoles que fue la transición y elevar el nivel en el debate de las ideas.


En su trayectoria hubo, sin duda, aciertos y errores. En lo que no erró fue en concebir la vida pública como vocación, como respuesta y servicio a la gente. Desde muy pronto, ciertos sectores quisieron ridiculizarlo y demonizarlo como un residuo del pasado, pero la perspectiva del tiempo reconocerá la magnitud de su obra y su persona. El Partido Popular que afronta serias responsabilidades de gobierno, puede encontrar en él un referente no sólo sentimental sino un modelo a imitar en su honradez y honestidad.

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