Opinión

MARTINI Y LA SINFONÍA DRAMÁTICA DE LA IGLESIA

En la Iglesia, las diferencias de temperamento, lo mismo que las diversas interpretaciones sobre las urgencias de cada tiempo, expresan la ley de la comunión: La pluriformidad en la unidad'. Son palabras del arzobispo de Milán, Ángelo Scola, durante el funeral por su predecesor en la cátedra de S. Ambrosio el cardenal Carlo María Martini. Y en medio de la cascada, a veces poco armoniosa, de imágenes y palabras que ha provocado la muerte del purpurado jesuíta, constituya la orientación más serena decisiva para ponderar una figura tan potente como controvertida. Veamos por qué.


Mucho se ha hablado estos días de su relación con J. Ratzinger antes y después de la llegada de éste a la sede de Pedro. Eran coetáneos y les unía su condición intelectual, su pasión por el diálogo y su deseo de encontrar la reconciliación de la Iglesia y lo mejor de la modernidad. Además, y este es un hecho documentado, se profesaron mutua estima y respeto dentro de sus análisis y propuestas discrepantes. Mientras Martini cultivó los debates éticos e institucionales y centró en ellos su batalla por la recnovación de la Iglesias, Ratzinger soempre se apasionó por la naturaleza del acontecimiento cristiano y centró su mirada en la relación fe-razón como clave para una nueva modernidad que salvara la razón y la libertad como camino hacia el Ministerio. Ambos reconocían que la Iglesia se puso a la defensiva en algunos temas a partir de la Ilustración y compartían la certeza de que esa ruta era estéril a la larga. Pero mientras Martini realizaba una lectura plomiza de los doscientos últimos años de la vida eclesial, Ratzinger desarrollaba su tesis heredada de Newman, de la renovación en la continuidad y reclamaba apertura mutua y una purificación recíproca entre fe y razón moderna.


Con ello no se trata de decir que todo ha sido un camino de rosas. La sinfonía de la Iglesia de compone a lo largo de la historia con disonancias y colores, con tensiones que sólo la misericordia y el perdón, que obra la gracia de Dios, pueden resolver el impulso constructivo. Y en esto Martini ha dado y ha recibido. En su largo protagonismo ha cosechado críticas ciertamente amargas, y no pocas veces injsutas, pero, a su vez, ha causado también dolor, por ejemplo cuando ha impugnado públicamente la 'Humanae vital', aquella encíclica que causó sangre, sudor y lágrimas a Pablo VI, esa encíclica que Benedicto XVI considera profética, precisamente por ser una expresión de auténtica modernidad cristiana. En todo caso, el cardenal Martini es mucho más que la caricatura de intelectual enfadado con la Iglesia que nos ha transmitido estos días los que siguen acariciando la pretensión de controlarla desde las cabinas de mando del poder mediático, económico o político.


La ironía de la vida ha querido que sea precisamente el cardenal Scola (caricaturizado también por algunos como anti Martini) quien trazase su verdadero perfil, el que vale definitivamente para la Iglesia, el de un pastor atento a la realidad contemporánea, dispuesto a acoger a todos, apasionado por el ecumenismo y el diálogo interreligioso, siempre en busca de caminos de reconciliación por el bien de la Iglesia y de la sociedad civil.


Evidentemente, todo esto lo hizo con su propio estilo, con su personalidad y temperamento que no le ahorraron choques y amarguras, no pocas de ellas desde la orilla de quienes se empeñaron hasta el fin de instrumentalizarle. Pero todo eso debe verse ya con una serena piedad desde la Jerusalén celeste que siempre anheló transitar.

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