Opinión

Feliz naufragio

A finales de los 70, en Madrid, acudía cada semana a la tertulia de García Calvo allá en el Café Manuela, en la entonces bulliciosa y libertaria Plaza del Dos de Mayo. Tenía gracia, a veces acudía ‘El Lute’. Llegaba elegante, discreto y muy interesado en eso que todavía llaman literatura.

Pero quiero hablar de otro tertuliano. Ayer leí algo suyo en los periódicos y me ha conmovido, Gabriel Albiac, catedrático de Ética. Nos habíamos conocido en un café de Montparnasse en París. Eran buenos tiempos: exiliados, pintores y escritores nos reuníamos allí. Siempre le estábamos dando sablazos. García Calvo, que daba clase en La Sorbona, casi nos mantenía a todos.

Gabriel se define como hijo del Mayo del 68. Ah, siempre me repetía: “Platón, Jaime, ahí está todo”. Su biblioteca y su inmensa colección de vinilos ocupan todos los rincones de su casa.

El otro día escribió con tristeza: “Qué terrible, mis libros nadie los querrá. Hasta hace poco, las bibliotecas universitarias se disputaban la herencia de los libros privados de viejos profesores. Hoy, no hay biblioteca de ningún tipo que acepte cargar con una buena colección de obras especializadas”.

Gabriel es muy duro con nuestra generación. Insiste: “Fue pedante, inútil, descarriada y a fin de cuentas, vencida. Somos la última generación que supo leer, enfermamos de lectura y a nadie pasaremos nuestro virus”.

Amigo, ver la imagen evita que tú reflexiones. El que lee se opone a los abusos del poder. Apenas quedan libreros, esos seres que eran consejeros de cabecera. En aeropuertos y kioscos solo se ofrece pseudoliteratura. Cuentan que cuando le dieron el Premio Nobel de Literatura a Patrick Modiano, ninguna librería española tenía una obra suya.

Ah, Gabriel, creo que eres cruel con nuestra generación. Entrábamos en la biblioteca como en una iglesia. Hicimos una revolución sexual. Protestamos contra todas las guerras. La mujer se liberó. Tuvimos, por ejemplo, a Lennon, que reflejó todos nuestros sueños en ‘Imagine’. Cierto, 'los nuestros' habitan la corrupción y se sienten cómodos en el poder.

(Quedan los últimos restos de esperanza. Le dieron el Cervantes a un escritor valiente y auténtico. Quizá no seamos los últimos que pasemos las páginas sintiendo el papel. Juan escribe a mano, huye del teléfono móvil y de la frialdad del ordenador.

Era 1984, el calor del Sáhara cubría la plaza de Yamma el Fna. Goytisolo conversaba con un paisano en bereber. Fiel a sus fantasmas, no se alegró demasiado al ver a un español que se acercaba. Creí que iba a huir por los callejones. Al fin, tomamos un té moruno juntos. Le extendí un libro suyo, “Coto vedado”. Releo ahora su dedicatoria: “Feliz naufragio”.)

Te puede interesar