Opinión

Ana ya tiene novio

En la vida diaria uno se encuentra, también, con momentos tiernos en los que la emoción se debate entre las lágrimas y la sonrisa. Estos son los casos que hoy traigo aquí. Ana es una encantadora niña de tres años, la alegría de su familia, el gozo de su abuela y sus padres. El otro día, tapándose la carita por rubor infantil, con sus mofletes a rebosar de color rojo, le dice a su abuela: "Abuela, ya tengo novio". Un niño de su edad, de su urbanización, al que va a ver al jardín siempre que puede. La anécdota tiene su gracia y Manoli, la abuela, que es una buena pedagoga, le respondió con toda naturalidad evitando que la niña perdiese luego la confianza, como debe ser.

Y un caso parecido me aconteció hace tiempo. Un niño que, con nueve años, me dice que él sólo tiene un pecado. ¿Cuál?, le pregunté. "Pues que le he sido infiel a mi novia", me respondió. ¿Ya tienes novia?, le dije. "Sí, hace meses". ¡El amor!, el tierno y limpio amor que brota de unos corazones infantiles y sin recovecos, que aman o dicen amar a su manera. Un amor que brota sinceridad, emana dulzura y provoca reflexión. Y que sabe de fidelidades a su manera.

Esto es lo que me provocó a mí. Una seria reflexión sobre esa palabra tan bella. Porque hoy en día, usted, querido lector, ¿cree que existe mucho amor verdadero, o más bien manipulado? Esta es la cuestión. Llamamos amor, amistad y noviazgo cuando en bastantes ocasiones son simples utilizaciones mutuas e interesadas generadoras de infidelidades. Nos movemos en el tener y pretendemos "tener" a la otra persona antes que darle el verdadero amor. Pasamos por una época en la que la posesión del otro es la tónica en muchos casos.

El verdadero amor y los nobles sentimientos brotan de un interior con escala de valores, de corazones nobles y desinteresados. Cuando el amor es interesado ya nunca se le puede llamar amor. Será otra cosa. En una flagrante contradicción y mala utilización del lenguaje, llamamos "hacer el amor" a algo bien distinto. Ya les conté aquí un día lo que significaba para los clásicos del siglo de oro la palabra "retrete" y a donde llegó hoy. Pues tal vez ocurra lo mismo con el amor, que debe ser sinónimo de fidelidad como muy captaba aquel otro niño.

El padre de Ana, Gregorio Pablo, es cirujano cardiaco en Madrid. Sin duda ha abierto muchos tórax y visto muchísimos corazones palpitando, pero nunca podrá captar allí dentro ese sentimiento que ahora siente su hija por aquel niño de su edad que juega todas las tardes en el parque. Ni el remordimiento por la infidelidad del otro de nueve años. Y esta es la cuestión. En la vida existen inexplicables reacciones que desde un niño a un anciano nos hacen reflexionar, nos admiran y nos ponen tiernos; algo que en este mundo veloz y materialista tanta falta nos hace. Ana y el otro niño de nueve años lo sienten, aunque nunca sabrán explicarlo y tal vez por ello se sonrojan al manifestar lo que llevan dentro de su mente infantil y pura, y su inocente corazón.

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