Opinión

Solemne final de un cincuentenario

Llegamos al final del Año Mariano que, con motivo del cincuentenario de la coronación canónica de la Virgen de los Milagros, se celebró en la diócesis. Gran efemérides que ha centrado la pastoral diocesana durante este año con el empeño denodado del obispo, que publicó una extensa y hermosa Carta Pastoral, el Santuario del Monte Medo y la Vicaría de Pastoral. Allí han acudido los arciprestazgos ourensanos así como gran cantidad de entidades, grupos y asociaciones e incontables fieles. La capacidad de convocatoria ha sido notable, como siempre lo es cuando se trata de la Virgen en esta provincia.

Y como colofón está la novena que hoy comienza y que en esta ocasión tendrá un plantel escogido de presidentes: los obispos D. Luis Quinteiro Fiuza (Tui-Vigo), D. Camilo Lorenzo Iglesias (Astorga), D. José Rodríguez Carballo (arzobispo ourensano en la curia romana), D. Jorge Ferreira da Costa Ortiga (arzobispo de Braga y primado de Portugal), D. Adolfo Zon Pereira (misionero ourensano en Brasil), D. Manuel Sánchez Monge (Santander), D. Carlos Osoro Sierra (Madrid), D. Jesús Fernández González (auxiliar de Santiago), D. Julián Barrio Barrio (arzobispo de Santiago) y nuestro obispo diocesano, D. Leonardo Lemos Montanet, que clausurará el cincuentenario.

Tal como se programó este evento se pretende desembocarlo en el Sínodo de la Iglesia en Ourense que ha sido convocado y encuadrado en el Jubileo de la Misericordia proclamado por el papa Francisco con el documento "Misericordiae Vultuis". Toda una serie de llamadas a revitalizar la fe de este pueblo en una nueva evangelización. Porque muy poco sería que hubiésemos reducido este año a una visita al Santuario de Los Milagros ganando las indulgencias. Debe exigir mucho más a todas las entidades diocesanas, como se está exigiendo a la Iglesia universal. Es un cambio necesario, una mirada y un aire nuevo que imperiosamente necesita la fe del pueblo tantas veces mortecina.

Es una llamada y un toque de atención a unas raíces eminentemente cristianas que tantas veces se reducen únicamente a actos puntuales. Se trata de que esas esporádicas manifestaciones de fervor y fe se traduzcan en un compromiso al que están llamadas las entidades diocesanas, comenzando por las parroquias de una diócesis eminentemente rural y que parece despoblarse emigrando a las urbes.

El empeño es grande y el esfuerzo igual en aras de una revitalización de la fe. Un impulso que este infatigable obispo actual está tratando de dar, movilizando toda clase de resortes muchas veces con medios precarios. Pero el fruto, a nivel de fe, es algo que la sociología nunca podrá calibrar justamente.

Por todo ello es de confiar en quien ni siembra ni riega pero da el incremento en medio de elementos a veces tan increíbles.

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