Opinión

¿Para qué tanta sangre?

Realmente por mucho que uno quiera vivir en el optimismo, la alegría y la paz, las circunstancias que traen a nuestro amanecer diario los medios de masas nos mantienen en continuos sobresaltos. Sangre, dolor y masacres por todas partes que enturbian nuestro sosiego. Decía Tertuliano, en ya manida frase, que "la sangre de los mártires es semilla de cristianos". Y el concepto de martirio está muy claro: aquél que derrama su sangre por Cristo. 

El 27 de julio de 1987 comenzaba en Burgos la XLI Semana de Misionología, y en la conferencia inaugural, el entonces rector mayor de los Salesianos, Egidio Viganó, abordó el tema del martirio. Una preciosa conferencia en la que, entre otras cosas, afirmó citando al Concilio (LG 42): "Con el término martirio, entiendo el gesto supremo de amor de quien da la propia vida en participación al sacrificio de Cristo. Con esta oblación de sí, el creyente se asemeja al Maestro que acepta libremente la muerte para la salvación del mundo y se conforma a Él en la efusión de su sangre”. 

Lo malo es que, en esta espiral de violencia en contra de los cristianos, falta por ver el final. Se están quemando templos cristianos (evangélicos, protestantes, ortodoxos o católicos) en muchos países. Y se está degollando (textualmente) a familias enteras y aquí nadie clama, como si la carne de los cristianos fuese diferente de la de los demás. Como si su sangre careciese del mismo mérito que la de otros tan recordados y proclamados. Y como si sus vidas, sus familias y sus enseres fuesen de menos valor que las de otros. Nuestra fe nos dice que son verdaderos mártires, testimonio y semilla

Ya es hora de llamar a las cosas por su nombre y lamentar ciertos silencios cuando en casos parecidos se congrega y se vocifera. Aquí nos queda la opción de rezar por ellos (como hacemos también por los otros), y pedir al cielo que mueva los corazones de cuantos con una barbarie increíble se ensañan con personas inocentes que lo único que hacen es simplemente practicar la religión en la que creen.

Son dos culturas enfrentadas, la del perdón y la otra mejilla contra la del Talión de "ojo por ojo y diente por diente". La del silencio y el dolor, frente a los gritos de quienes justifican, en nombre de "su" dios, sus masacres. Triste espectáculo que está dando un mundo que es incapaz de controlar sus instintos, moderar sus inconfesables deseos y pisotear la libertad de los que pacíficamente quieren caminar a su lado.

Claro está que los integrismos y fanatismos, a quienes más daño hacen es precisamente a los de su mismo credo que saben practicarlo en paz, tolerancia y diálogo. Corren el riesgo de que se juzgue a todos por el mismo rasero y esto sería falso e insostenible, ya que existen muchas personas de buena fe que saben vivir su fe sin molestar a los demás. Esperemos que algún día venga la cordura, la justicia y la paz que se sobreponga a quienes de cara a la galería dicen hoy digo y por lo mismo o peor, miran para otro lado diciendo Diego.

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