Opinión

Lo que viví aquel 6 de septiembre

Nunca se me borró de la memoria aquel día, hace cincuenta años. El verano se iba poco a poco porque, siguiendo a Sabina, el otoño tarda lo que tarda en pasar el verano. Salí de casa con mi familia muy de noche, porque teníamos que madrugar para "coger sitio”. Me costó el madrugón pero tenía que ser. Nos prepararon unos bocadillos porque iba a ser imposible encontrar donde comer. Las filas para coger billete para el autobús que subía y bajaba al Medo era interminable, y en la plaza de Las Mercedes, el ambiente era de mucha fiesta y fervor con los rosarios que nunca faltaban en las manos de los peregrinos que desgranaban una y otra vez las cuentas hasta llegar a Los Milagros en el día grande. La bruma matinal en el camino fue calando hasta pedir ropa de abrigo, porque los estertores del verano lo reclamaban.

La cima del Medo, nada que ver con la actual. Los paúles han luchado y los organismos lo mismo para dignificar el entorno. Sin olvidar que aquello es ayuntamiento de Baños de Molgas, para que Eduardo Leherrán esté de buen humor sin hacer romper carteles que adjudicaban a Maceda el centro mariano más importante de Galicia. El acceso era difícil y la regulación del tráfico igual.

Viene a mi memoria el diálogo muy gallego del cardenal Quiroga y Franco. Para que se arreglasen los accesos por si venía el papa.

Franco: "¿Y si no viene?"

Don Fernando: "¿Y si viene?"

En la cima del monte conseguimos buen lugar para ver la ceremonia y mis ojos permanecían abiertos como platos para ver el ir y venir de curas y acólitos en el altar levantado al efecto fuera de la explanada. El padre Manasés Carballo y los demás contagiaban el nerviosismo con sus impacientes vueltas. Llevaba, recuerdo bien, un megáfono colgado al hombro y el micrófono en la mano dando órdenes que nadie cumplía, entre otras cosas porque apenas se oía. Debía ser malo aquel aparato.

Y fueron llegando las personalidades: mira el ministro Alonso Vega, mira otro ministro, el gobernador... ¡uf! Toda la parafernalia que fue dando color a un acto esperado que recordaba a la concentración mariana de la Alameda y al canónigo Miguel Mostaza tratando de enardecer el fervor y la euforia del pueblo.

Estaban colocados los pirotécnicos para que los fuegos surcaran los cielos en la Coronación Canónica de quien es "de Ourense joya preciosa". De nada sirvieron los gritos y el megáfono del padre Carballo cuando por equivocación los fuegos reservados para la coronación se los llevó Carmen Polo de Franco. Les habían advertido que los soltasen cuando oyesen los aplausos, por supuesto de la coronación, y ante los tributados a la esposa del Caudillo... allá fueron los fuegos.

Obispos, clérigos y religiosos y muchísimos fieles. Todos de pie observamos como Don Luis Ramos le entregaba en una bandeja la preciosa corona a Don Fernando y a Don Ángel, que con gran emoción la depositaron en la cabeza de la venerada imagen. Las lágrimas del cardenal saltaron a borbotones y la homilía fue entrañable y sentida, y me tomé el gusto de aprenderla de memoria y la repito siempre que viene a caso: "En el ejercicio del sagrado ministerio hay emociones en la vida del sacerdote que se sensibilizan con un nudo que oprime la garganta y hace temblar la voz... Nacido, como todos saben, en la vecina villa de Maceda, de niño correteé muchas veces por este recinto...."

Tal vez las mejillas mojadas de Don Fernando recordaban la frase de su padre, aquel buen guardia civil, que ante el cadáver de su madre abre la ventana en Maceda y, mirando a la cumbre del Medo, le dice la frase que el purpurado siempre recordaba: "Fernandiño, dende agora a tua mai está alí...

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