Opinión

Y después ¿Qué?

El obispo de Ourense, monseñor Lemos Montanet, que ha honrado esta sección los dos domingos pasados y la de los jueves hace quince, revela que ya conoce y bien esta tierra. Es así como, partiendo de una idiosincrasia mariana clara, ha convocado un Año Santo Mariano que guiará toda la programación pastoral. Es cierto: muy difícil será encontrar en España un lugar, una provincia con tan arraigada devoción a la Virgen y con tantas advocaciones. Imposible encontrar un mes en el que la Madre de Jesús esté ausente.

El fenómeno, también social, pero sobre todo de fe, que se vive en Ourense en torno a la Virgen es único. Ya sea en mayo o junio con Fátima, María Auxiliadora, O Viso, Las Maravillas, Lodairo, Portas Abertas, Amparo de Carracedo o la Guía, entre otras, y sobre todo en septiembre en torno a la festividad del día 8, Natividad de María, con las advocaciones cumbre que son Los Milagros, el Portal o Los Remedios en Verín y en la ciudad, a las que se unen Rabal, A Clamadoira, O Cristal, la Saleta de Astureses y Cea, es un clamor popular y un reguero de fieles. Sin contar el Carmen, el Rosario o la Inmaculada en muchos lugares. Sería interesante computar el número de devotos que acuden en esta diócesis a los santuarios marianos. Posiblemente los sociólogos quedarían admirados.

Un fervor que nunca es folclore, un amor que jamás es sensiblería y unas concentraciones que rompen los parámetros de los críticos más exigentes. Acude el mismo pueblo que se postra y ya sea en los surcos de los rostros envejecidos o en las tersas mejillas juveniles contemplamos como las lágrimas brotan desde la emoción, la humildad y la petición más sentida. ¡Si fuésemos capaces de leer en tantos corazones como acuden a esos lugares posiblemente tendríamos otra noción de la fe! Ancestrales tradiciones, pero también inquietudes espirituales; costumbres y rutina, pero aún más un reconocimiento hacia quien es Madre de Dios y madre nuestra, y por ello Auxiliadora de todos los cristianos.

Es curioso observar como acuden personas de edad, pero más impresionante es cuando vemos matrimonios jóvenes y familias enteras, universitarios y numerosos chicos y chicas que, con aire de fiesta, peregrinando incluso a pie, recorren kilómetros para sumarse a tan numerosos grupos.

Todo lo anterior es cierto y revela que acaso la fe en algunos sea ese rocío matinal que empapa el calzado aun cuando al mediodía los llene de polvo. Esa humedad sigue estando ahí en el estío y en el invierno, también en el otoño y siempre en la más lozana primavera. Lo cual presagia que hay fe pero muchas veces está oculta bajo el tórrido sol de la sociedad de consumo que todo lo abrasa.

La pregunta es clara y debe interrogar a los pastoralistas eclesiales: ¿qué hacer para encauzar el fervor de estos días, cultivar las inquietudes de tantas ansiedades y llenar el corazón de tantas personas que acuden sólo en momentos puntuales? Existe la fe pero ésta nunca puede reservarse únicamente para esas fechas entrañables. Un serio problema y un interrogante que debiera hacer pensar a cuantos mayoritariamente acuden a los incontables santuarios de nuestra geografía.

Te puede interesar